Hay expectación para escuchar las palabras que pronunciará el alcalde de Palma, Mateu Isern, el próximo lunes en la entrega de los premios Ciutat de Palma. Dentro y fuera del PP se espera que aporte luz y visión de futuro en la actual crispación por motivos lingüísticos y culturales que vive la sociedad balear. Se aguardan palabras de equilibrio, de apelación al sosiego hijo de la esperanza y de consenso social. Se espera un mensaje sutil de que toda acción de gobierno meditada y serena jamás debe conducir al enfrentamiento social siempre que éste sea evitable. Desde la moderación y el tacto, Isern ya ha dado varias muestras de desmarque, fino y educado, pero desmarque al fin y al cabo, de la doctrina del choque y la confrontación provinientes de otros sectores del PP cuando se trata de la espinosa y resbaladiza cuestión de la lengua, ampliable a asuntos que, mal enfocados, producen chispazos de alta tensión, como es la relación con los docentes, los símbolos y la cultura propia del Archipiélago. La voz de Isern puede tener dentro de unos días un notable eco. De hecho, son muchos los que están esperando mensajes de sello mandelista, de apuesta clara hacia la reconciliación, el entendimiento y la ponderación en todo lo que concierna a cuestiones lingüísticas y culturales, en definitiva a valores sustanciales de una sociedad integradora, tolerante y libre. En política hay actitudes que no tienen precio. Y la más importante es la capacidad de extender la mano. Nada hay más gratificante en los asuntos humanos que el sonido de un abrazo sincero. Tal gesto es tan simple como imperecedero. Es la generosidad, hija de la sabiduría y la experiencia, trasladada a la acción política. Hay que ser valiente para actuar de esta forma. Pero en tiempos de crisis no hay más proa que el coraje racional.
