El cronofeo

Tengo la sospecha de que esta máquina o su correspondiente palabra no existe en ningún diccionario, pero me va de perlas para ilustrar el fondo del discurso que, a continuación intentaré desarrollar brevemente. En principio, su etimología debe provenir de cronos (tiempo en griego) y feo (de feo, o sea, aquello que es feo de por sí). Podría, pues, ser un cachivache que afeara la cronología y, por consiguiente, un aparato que mesurara la fealdad de los que siempre llegan tarde a todas partes.

Si me disculpan, les debo explicar que estoy hasta el mismísimo ,moño de verme obligado a aguantar a un porcentaje de población numeroso que, por costumbre, llega tarde a sus citas. He perdido una porción vital decisiva de mi vida esperando personas impresentables, desde este punto de vista que es mucho punto de vista.

A mí, particularmente, esta historia de la impuntualidad general, me parece incontestablemente aborrecible. Monstruosa. Ya no es que sea abiertamente maleducado el humano que suele llegar tarde siempre a cualquier convocatoria; es que se trata de bautizarlo con un adjetivo contundente y, a la vez, preciso: ¡es un perfecto imbécil!

Antes, ahora ya no –la mala leche me invade el cerebro y la ira me ciega el espíritu- me divertían las estúpidas excusas con las que me solían regalar los oídos los canallas que llegaban a deshora: “ya se sabe…cuando llueve…”; o bien: “si supieras como está el tráfico…”; o mejor: “he tenido que llevar los niños al colegio”...¡¡Pandilla de “capsdefava”!! Llegar tarde es un acto terrorista, que debería estar penado, duramente, por la ley sagrada.

Quien esto suscribe, tiene a bien demostrar, públicamente, que el promedio del índice de puntualidad soportado durante los últimos setenta y un años por un servidor de ustedes, es del 98’4%. No llegué tarde ni al entierro de mi padre, ni a mi propio nacimiento. El 1’6% de mi personal fracaso cronológico se debe a circunstancias veritablemente insalvables, tales como caerme por la calle y romperme cuatro chuletas; recibir, de improviso, un febrazo de 41 grados centígrados; romperme la luna delantera de mi coche un pedrusco (un meteoro) imposible de parar; quedarme encerrado en el metro dentro de un túnel por una avería de apagón... o, simplemente, sufrir un ataque de apendicitis que rondaba la peritonitis. Creo que mis disculpas son o han sido bastante aceptables.

La malaeducación de “losquellegantarde” es enorme y, además, hacen caso omiso de los consiguientes sufrimientos por parte del que espera, la víctima de su ruín acción, El sujeto “esperante” -en cuanto que llega al sitio de encuentro a la hora precisa y se ve solo- empieza a desarrollar pensamientos enigmáticos a partir de que el tiempo de espera aumenta progresivamente: a los diez minutos, la preocupación empieza a ser molesta (¡qué le pasará a éste?); a los quince minutos, uno se empieza a plantear si el lugar de la cita es correcto (¿no habremos quedado dos calles más para abajo?); a medida que avanza el retraso, la pregunta formulada ya tiene mayor calado (¿habíamos quedado hoy?); las agujas del reloj avanzan y entonces la víctima es presa de un mal presentimiento (¿le habrá pasado algo malo?). Finalmente, llega el individuo “retrasado” y esbozando una risita de conejo insuperable comenta -como aquel quien no quiere la cosa y con una cesta de cinismo en su brazo- “perdona el retraso (y ahí todo lo comentado más arriba de este artículo) o, simplemente un banal e idiota “se me ha hecho tarde...).

Hay que reaccionar contra esta salvajada: reformar las leyes para conseguir penas capitales para esas pandillas de indeseables (bueno, cuando digo “capitales” no me refiero a la desaparición vital del personaje, claro), pero, vamos, algo así como colgarlos un ratito de las farolas... pues eso...por ahí iría la cosa.

A ver si aprenden de una vez...

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