No es la primera vez ni probablemente la última en que hablemos de una jornada plácida para el Mallorca. El contrincante con el que cierra la primera vuelta no ha ganado ningún partido fuera de casa, enn su feudo ganó por primera vez hace una semana y, además de colista, aparece como el cuadro más goleado del grupo tercero de Segunda B. Una perita en dulce, el filial de un Real Zaragoza que tampoco levanta cabeza en una categoría que estuvo muchos años sin pisar y que ahora le cuesta abandonar. De tal palo, tal astilla. El grajo vuela bajo a las faldas del Moncayo.
El Atlético Baleares despide el año como visitante en otras condiciones y muy alejado de sus propias expectativas, las que quiso despertar o las que le hicieron creer que iba a generar a costa del descenso del Mallorca. Ahora es su infierno particular el que está en duda. Visita a un rival directo, el Ebro, cuya trayectoria suena engañosa. Carece de gol, pero solamente ha perdido dos puntos en su reducido terreno de juego. Sin embargo el enemigo de los blanquiazules anida en ellos mismos, en sus constantes e inexplicables cambios de portero, en sus veleidades defensivas y en la ausencia de acompañantes de su único delantero, Gerard Oliva, huérfano de munición. Tiene trabajo Horacio Melgarejo en su salto como entrenador, si bien tampoco es utópica la tarea que se le ha encomendado. Un mañana que, eso si, empieza en esta penúltima cita del año que impone la necesidad de ganar, ganar y ganar. El empate, resultado preferido por el anfitrión en casa, no vale nada.
Papa Noel ha dejado turrón blando y dulce en el Camí dels Reis y del duro, esperemos que no amargo, en la Soledad.





