Coincidiendo con la primera gran resaca de la deriva independentista catalana, la incertidumbre se ha adueñado de la economía. La incertidumbre y el miedo han puesto “pies en polvorosa” a sus dos grandes bancos, el Banco Sabadell y CaixaBank. Se han refugiado en la vecina Comunidad Valenciana. El recuerdo de la crisis hiperaguda del Banco Popular está muy cercano. No se han atrevido a tentar la suerte. Esperar a los acontecimientos del lunes podía ser demasiado tarde. Con la volatilidad que está mostrando el mundo financiero, un fin de semana, cuarenta y ocho horas, puede ser mucho tiempo, demasiado tiempo. El riesgo que accionistas y depositarios dieran la espalda a las entidades les ha obligado, a ambas, a actuar.
Y el miedo se ha convertido en pánico. Han arrastrado a sectores estratégicos casi al completo y a un número muy importante de grandes empresas. Bancos, energéticas, aseguradoras, … han tomado las de Villadiego. Los efectos secundarios de cualquier postura o decisión pueden ser, como de hecho ha sucedido, más potentes que el propio efecto primario. En los libros de economía se estudiará el efecto Puigdemont como el fenómeno anticipatorio que arrasa la economía de un territorio en siete días por inseguridad jurídica.
En otro orden de cosas, en el sector sanitario, llama poderosamente la atención la actitud poco ponderada de Comín, su consejero de sanidad. El Departamento de Salud de Cataluña informó en la tarde del 1-O, sobre heridos, nada menos que en cuatro ocasiones. Durante la tarde, se emitieron 4 comunicados oficiales de prensa contabilizando 900 heridos sin acreditación alguna; en catalán, en castellano, en inglés y en francés.
El primer comunicado de prensa del mismo departamento, referido a los atentados de Barcelona y Cambrils, se emitió a los 4 días. En catalán y en castellano. Los muertos fueron dieciséis y los heridos, muchos de ellos muy graves, más de 200, correspondientes a 34 nacionalidades. Como para encargarle la salud colectiva.





