Guerra Civil

Mis padres tenían 3 años cuando estalló la Guerra Civil y si hace un año, alguien les hubiera dicho que vivirían otra guerra no lo hubieran creído porque quizás eran demasiado pequeños para recordar como comenzó todo. La memoria de los humanos es curiosamente selectiva, somos capaces de recordar el nombre de los reyes godos o las tablas de multiplicar (si es que alguien se acuerda hoy de eso), pero olvidamos, con el transcurrir de los años, como amaneció el odio de forma paulatina en el alma de quienes transitaron e hicieron posible una guerra hace ahora poco más de ochenta años.

El odio, la venganza, el despecho, el orgullo, son pésimos compañeros de viaje. Ahora parezco un cura, lo sé, pero la ocasión lo requiere porque lo que nos estamos jugando no es un pacto de gobierno u otro, sino la integridad física, psíquica y moral de millones de personas. Todo tiene sus límites, incluso por desgracia, la paz. Hay que ser muy necio para pensar que una guerra comienza de un día para otro como si de conectar un enchufe se tratara, como si encendiéramos un ordenador que se pudiera cerrar en cualquier momento.

Nada más lejos de la realidad. La rabia se amontona lentamente y de puntillas, el odio hacia el que no piensa igual se acrecienta y se retroalimenta, hoy más que nunca, a través de las redes sociales y las nuevas tecnologías. Comenzamos con pequeñas represiones puntuales, manifestaciones accidentadas, y el odio se desplaza a los barrios, se asienta en las familias divididas en debates traicioneros para los que no estaban preparados.

Me da completamente igual quien tiene la razón o la tuvo. Lo único que me importa y se, es que quienes gobiernan, gracias a un sistema democrático en el que creyeron cuando llegaron al poder, tienen la obligación de garantizar, antes que cualquier otra cosa: la paz. Tienen que garantizar la integridad de las personas aunque para ello tengan que ponerse de rodillas y entonar un “mea culpa” vergonzoso. Tienen la obligación de dar marcha atrás en su posicionamiento enfrentado y sentarse a negociar olvidándose de si mismos.

Cuanto más tardemos en asimilar y aceptar que podemos estar a las puertas de una nueva guerra civil, más tardaremos en reaccionar utilizando otras palabras, otros gestos y otros mensajes. No nos equivoquemos, aunque la estampida de empresas y bancos a esa España casi amputada consiga detener momentáneamente el tsunami, el odio visceral, la rabia y la impotencia que se ha instalado en millones de personas tardara de nuevo varias generaciones en desaparecer, ahora más que nunca necesitamos grandes líderes que, desde la humanidad y no desde la jactancia y prepotencia, sepan poner punto y final a esta locura.

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