En una enternecedora crónica, TVE el sábado pasado dijo que voluntariamente la Caja de Ahorros del Mediterráneo había pedido al Banco de España ser intervenida. Uno hasta diría que no todos los días le regalan al Estado una caja de ahorros, con su marca, sus locales y los golosos depósitos de los clientes. A continuación se entrevistaba a varios peatones que pasaban delante de una agencia de esta entidad, quienes dando la impresión de no saber muy bien qué había pasado, decían que estaban satisfechos. Una noticia con un fantástico sabor de boca. Ideal..., si no fuera porque en realidad lo que asume el Estado es un agujero de 5.800 millones de euros, para empezar a hablar. En un país en el que el debate ciudadano se preocupa por la reducción del sueldo de los funcionarios (un ahorro de 2.400 millones), nos despachamos con un gasto adicional de 5.800 millones, de un plumazo, como si nada. Efectivamente, no queda más remedio, pero hemos de recordar que este agujero se generó en los años de vacas gordas y que hasta ahora lo hemos ido disimulando, escondiendo. Y, por cierto, nadie se hace responsable de él. Ni de haber concedido hipotecas en condiciones inadecuadas, ni de no haber controlado lo que sucedía, ni tampoco de haber dicho en estos tres años que nuestras cajas eran sólidas como el granito. Todo queda en una amable cesión. Dejémoslo aquí y nos preguntemos cuántos otros regalos por el estilo nos pueden caer aún.





