Desde tiempo inmemorial se reconoce la influencia terapéutica del silencio en la recuperación de la enfermedad. El “silencio por favor” acompañaba la entrada de todos los centros sanitarios. El silencio calma el organismo, lo fortalece y lo repara. En contrapartida, el ruido es fuente de alarma y de angustia.
La clarividente Florence Nightingale afirmaba que el ruido innecesario es la más cruel falta de atención que puede infligirse a un enfermo.
Hoy en día, en los centros sanitarios se trabaja con un nivel de ruido ambiental que interfiere y dificulta la asistencia y la recuperación. Lo generan y a su vez lo sufren todos y cada uno de los actores. Visitantes, trabajadores, y algunos, también algunos pacientes.
Cuidar el silencio mejora el clima laboral; es un arte organizacional caído en desuso que debería ser preservado. Porque además, el ruido invade con facilidad los espacios ajenos.
Los países nórdicos cultivan como nadie los “espacios comunitarios”. El ámbito social, económico, educativo, sanitario y el ambiental están desarrollados y al servicio de los ciudadanos. En este mismo sentido, Finlandia hace del silencio la marca del país.
En la sociedad del ruido y ajetreo, el silencio es un bien escaso. Daniel Gross recuerda que la gente, en determinados ambientes, estará dispuesta incluso a pagar por el silencio. Y el propio refranero nos recuerda que es mejor callar y parecer estúpido que abrir la boca y despejar las dudas. Es para tenerlo en cuenta.