Es tal el número de conflictos virtuales activados en poco más de tres meses que se están saturando nuestros sentidos y confundiendo nuestras percepciones. Ya cuesta alinearlos y visualizarlos de forma objetiva.
El momento en el que la economía se está dinamizando, se está recuperando el empleo y se vislumbra un escenario de salida del déficit, todos los esfuerzos deben ir encaminados a dar confianza al sector productivo y certidumbre a los ciudadanos. Certidumbre en forma de recursos básicos, de seguridad jurídica y ciudadana, en forma de contención de la presión fiscal y de aumento de la renta disponible.
Es la hora del gobierno para todos y de reconvertir la cultura de la subvención en oportunidades.
Es el momento para fortalecer la administración, que no es lo mismo que aumentarla.
El momento de aportar racionalidad en las propuestas y generosidad en su aplicación.
Me llama poderosamente la atención como las nuevas formaciones y las facciones que se han presentado como más radicales y populistas son las que más cuidan su discurso, meditan sus decisiones y las ajustan a los nuevos tiempos.
Las que más se están esforzando en ejemplarizar el ejercicio de la política y devolverle la credibilidad. Todo ello sin dejar de decir las verdades del barquero. Verdades que ellos y solo ellos pueden expresar sin ser devorados por las cainitas estructuras de los partidos tradicionales, sin capacidad real para rectificar el rumbo, dedicadas en cuerpo y alma a sus cuitas personales.
El gobierno debe ser fuerte, centrado en resolver los problemas de la gente y con amplitud de miras. Debe estar volcado en mejorar la sociedad más que estar pendiente, como de hecho ocurre, en el resultado de la próxima contienda electoral.
La sobreactuación, la improvisación, la revancha y el ruido de los conflictos son fuente de gran resistencia, enturbian la vista, enlentecen la recuperación y dispersan la perspectiva de crecimiento.
