Este año se cumple un siglo del suicidio colectivo de Europa. Ya en 2014, las actuales generaciones aún pagan las consecuencias de aquella concatenación de errores, ceguera e idiotez por parte de las castas dirigentes de la época, que llevaron a la tumba a más de diez millones de jóvenes, trastocaron el mapa del Continente y dieron paso al nazismo y al comunismo. La guerra del Catorce trajo como consecuencia la espantosa Segunda Guerra Mundial unas décadas después, la Guerra Fría y la proliferación de armas atómicas. Europa, que en su conjunto era el 1914 la dueña del planeta, se convirtió en una inmensa trinchera, en un matadero sin sentido.
Una centuria después, Europa lucha por una unidad todavía frágil. Si aquella guerra del 14 no se hubiera producido, el Continente habría desarrollado su devenir histórico por derroteros muy diferentes. Hoy ser europeo sería sinónimo de liderazgo mundial. No es así. En 1940 la democracia había prácticamente desaparecido del Continente. Alemania, la Francia de Vichy, Italia, España y todo el Este eran dictaduras o naciones ocupadas por el Eje. Tuvieron que ser los ejércitos norteamericano y británico los que liberasen Europa Occidental del nazismo.
Muchas décadas de recuperación y de reconquista de las libertades púbicas no han borrado ni todos los estigmas ni todos los resquemores de entonces. La hegemonía mundial pasó en 1945 a manos de los anglosajones, especialmente de los Estados Unidos. Sus élites dirigen ahora el proceso de globalización de la economía, en el que la Europa del euro ocupa un papel importante, pero secundario y supeditado.
Poco antes de 1914 Alemania había inventado la producción de magnetos en serie, lo cual permitía la producción masiva de automóviles. También planificaba el transporte de combustible por tren desde Iraq a través de los Balcanes. En1919 estaba en la miseria. Francia, potencia teóricamente vencedora de la Primera Guerra Mundial, jamás se recuperó de aquella matanza. En 1940 su ejército prácticamente se negó a luchar contra los nazis y permitió que ocupasen París sin lucha. Unos años antes, España padeció una guerra civil espantosa que dejó tocada su memoria histórica generación tras generación. Estado a Estado, el pasado europeo es catastrófico en aquella época clave.
Ahora, en plena crisis económica, cuando Europa es víctima de los vaivenes económicos que se gestan en otras partes del planeta, cuando padece millones y millones de parados, cuando sus gobiernos están subordinados a los grandes acuerdos que se gestan en otras partes del planetas, conviene pensar en el suicidio colectivo de 1914, tan inútil como estéril, y que tanto ha marcado nuestras vidas.
Hoy los biznietos aún pagan los errores de los bisabuelos. Pagan un precio altísimo, plagado de tumbas, de humillación y de pérdida tal vez para siempre de la hegemonía mundial.