En recuerdo de Franco Zeffirelli

A lo largo de su casi centenaria vida, el gran director italiano Franco Zeffirelli rodó relativamente pocas películas, apenas una docena, pero algunas de ellas forman parte de la agradecida memoria cinematográfica de millones de personas de diferentes generaciones en todo el mundo. A Zeffirelli le debemos obras tan notables o sobresalientes como «Romeo y Julieta» (1968), «Hermano Sol, hermana Luna» (1972), «Jesús de Nazaret» (1977) —rodada inicialmente para televisión—, «Hamlet» (1990) o «Jane Eyre» (1996).

Podríamos considerar a Zeffirelli, en cierto modo, como un epígono del gran movimiento cinematográfico del Neorrealismo. De hecho, en su juventud trabajó como ayudante de dirección de maestros como Vittorio de Sica, Roberto Rossellini o Luchino Visconti, quien seguramente fue además el gran amor de su vida. Es cierto que Zeffirelli quizás no llegó a tener nunca el mismo reconocimiento crítico que sí tuvieron, en cambio, sus mentores, pero sí logró el beneplácito del público en la mayoría de sus producciones y también la admiración de los artistas con los que trabajó. Además, poseía una cualidad siempre fascinante cuando se da de manera natural en un creador, la de la elegancia.

El brillante crítico de «ABC» Oti Rodríguez Marchante recordaba el pasado domingo en su artículo necrológico sobre Zeffirelli que el cineasta fallecido hace hoy una semana había nacido en Florencia. Y añadía, con razón, que uno no nace en la ciudad de Dante o de Leonardo da Vinci —de quien Zeffirelli era descendiente— para acabar teniendo una idea vulgar de la puesta en escena, el éxtasis religioso, la música clásica o la belleza en su sentido más amplio. Quienes conocen el conjunto de toda su obra, confirman que la elegancia que transmitían sus películas aparecía también en sus propias obras teatrales y en las diversas óperas que produjo o dirigió como escenógrafo.

Al igual que en las óperas que adaptaba, Zeffirelli no dejaba nada al azar en sus películas, que entendía también como un «todo» artístico. En ese «todo» tenían gran relevancia no sólo la dirección, los actores o el guión, sino también el vestuario, los escenarios, la dirección artística, la fotografía y, por supuesto, la música. Así, es imposible hablar de «Romeo y Julieta» sin acabar recordando en algún momento la bellísima banda sonora de Nino Rota y su inolvidable tema principal, «A time for us». Algo parecido ocurre con «Hamlet» y Ennio Morricone o con «Jane Eyre» y los compositores Alessio Vlad y Claudio Capponi.
Zeffirelli no solía ser el autor de los guiones que rodaba, pero aun así en casi todas sus películas es posible percibir un sello personal conformado por varios elementos comunes, que serían un cierto halo fatalista o trágico, una melancolía luminosa ante la fragilidad de la vida y un romanticismo puro, inocente a veces, atormentado otras. Esos elementos podemos encontrarlos tanto en los guiones de sus colaboradores como en sus propias adaptaciones de William Shakespeare o en su versión de la obra cumbre de Charlotte Brontë, «Jane Eyre», en donde seguramente se encuentra, créanme, una de las declaraciones de amor más hermosas y desoladas de toda la historia del cine.
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