Febrero es un mes raro de cojones. Para empezar, un mes con veintiocho días ya se sale de madre. Si ya huele a extravagancia la peripecia que manifiesta la diferencia entre meses de treinta o treinta y un días, imagínense el engendro que representa un mes que achanta su permanencia en dos o tres amaneceres; aún por encima, lo de los años bisiestos (una auténtica cabronada) revienta la endeble norma general y, de paso, jode a los nacidos en veintinueve.
Febrero es un mes petardo. Situado, en el calendario gregoriano, entre el solsticio de invierno y el equinocio de primavera, no es ni carne ni pescado, ni chicha ni limoná; viene a ser la mensualidad del hortelano que ni come ni deja comer. Es un mes traidor: la gente, confiada, se empieza a desnudar estimando que lo más crudo del invierno detiene al ejército y, de sopetón, se encuentra entumecida por unas congelaciones de quítame allá esas pajas. Otros, más escrupulosos, siguen con sus ropas de abrigo y se abrasan por un ardor impúdico y disparatado. Hablamos de un período bronco y descabellado.
En otro orden de cosas, es de cajón que el vulgo piensa que febrero es un espacio de tiempo durante el cual no acontece nada digno de mención. Los acontecimientos importantes suelen suceder en enero o, si llegan tarde, en marzo: los Reyes Magos o San José. Enero posee su semana del frío intenso, la de los santos barbudos, desde San Vicente a San Sebastián pasando por el ínclito San Antonio Abad, patrón de las dietas duras. Por su lado, marzo conmemora santificaciones tan intensas como San Casimiro, hijo legítimo de su padre Casimiro, rey de Cracovia; San Ramiro, asesinado durante una invasión de suevos arrianos; o, por no ir más lejos, San Ruperto, que fue nada menos que tío de Santa Erertrudis ¡toma ya!
Ante tamaño currículum ¿qué puede ofrecer, históricamente hablando, el mes de febrero? Nada sustancial: el día de la Candelaria, el día de la Constitución Mexicana (que mira de lo que les ha servido...), San Valentín del Corte Inglés, el descubrimento de Plutón (¡mira tú!) en 1930 y “abrígate por febrero con dos capas y un sombrero”; nada de más relevancia mundial. Flojo.
Yo creo, sinceramente, que febrero viene a ser algo así como uno de los entreactos del Parsifal. Es un mes menor que podría perfectamente ser eliminado del calendario y no pasaría nada de especial; es más, pienso que, si fuera aniquilado. nadie se daría cuenta.
Por si esto fuera poco, el hecho de que en febrero el sol amanezca más temprano y se acueste más tarde secunda la sensación de desconcierto del personal y no favorece, en nada, el crecimiento del Producto Interio Bruto. Los partidos políticos (excepto el PSOE, que no sabe de dónde viene ni a dónde va) celebran sus correspondientes congresos con la sana intención de pasar inadvertidos; en este sentido, este mes actúa de perfecto camuflaje para tapar sus propias vergüenzas.
En fin, ¿qué les voy a contar?: un mes supérfluo, lleno de vacío, mezquino y patoso.
A ver si se acaba, ya, de una puta vez.





