Históricamente los mallorquines han llamado forasters a aquellos que han venido de fuera de Mallorca (recordemos que el mundo se dividía entre Mallorca y fora Mallorca) y no han tenido intención alguna de hablar mallorquín. Tanto es así que los catalanes o valencianos no eran considerados forasters. Dentro de la gama de forasters estaba el simple foraster, el puta foraster, el foraster de merda, y una larga lista de foráneos adjetivados según los años que llevaran aquí sin soltar una palabra en nuestra lengua propia o según su falta de inculturación en la isla. La palabra foraster se utilizaba, la mayoría de las veces, sin ninguna mala intención, era simplemente una manera de distinguir personas, eso sí, un poco burda. Hagamos notar, en este sentido, que si uno era una mala, o una buena persona, era considerado así independientemente si era foraster o no. Hay un tipo de foraster que ha perdurado hasta nuestros días que podría ser llamados dentro de la cadena evolutiva, homo o hominis foraster per collons. Dícese de aquel que vive en Mallorca, nacido o no en la Isla, que día sí día también exhibe con orgullo o da muestras recatadas (aquí ya entraríamos en categorías) de un antimallorquinismo o un menosprecio por lo que hemos sido y por lo que somos. Son aquellos que consideran que Mallorca es poca cosa, que los mallorquines somos provincianos, que tenemos una lengua que no sirve para nada, que disponemos de una instituciones públicas que tienen que estar al servicio de la gran capital, que sólo debería existir “lo nacional”, que tenemos una visión ultra reduccionista de la realidad, que tenemos que estar tutorizados por gran hermano Estado. Vea el lector y ponga nombres y apellidos a los miembros de esta especie presente en la política, la empresa, el mundo sindical, la judicatura, los que van de progres, los que son de ultraderecha… Son nuestros queridos forasteros del siglo XXI.
