¡Fuera toallas!

La alegoría del barco y el capitán es arriesgada. El que la emplea –en este caso Pedro Sánchez- pretende evocar una imagen heroica. Se imagina a sí mismo desafiando tempestades desde el puente, gobernando la rueda de timón mientras las olas barren la cubierta (y al final de su fantasía los viajeros se arrodillan ante él para agradecerle que los haya llevado a buen puerto). Pero el oyente puede muy bien recibir otra imagen.  Puede imaginarse, por ejemplo, al capitán Schettino, que, por fardar, estampó un transatlántico contra el islote de Giglio, abandonó el barco y a los viajeros, y se esfumó en la noche. O puede visualizar un barco pirata, y esta imagen puede ajustarse más a la realidad.

El pasado miércoles el capitán Sánchez compareció en el Congreso para «rendir cuentas y asumir su responsabilidad». Así que proclamó que es «un político limpio» (lo que provocó cierta hilaridad en los diputados), y se declaró muy decepcionado por sus lugartenientes. ¡Quién iba a pensar que mis oficiales Barbanegra, Kidd y John Silver fueran piratas! ¡Quién podía sospechar que mi contramaestre metiera mano a las pasajeras! Confieso que, a partir de ese momento, comencé a visualizar a Sánchez con un parche en el ojo y un loro en el hombro, pero, contra todo pronóstico (o no), sus socios le compraron el relato de aventuras. Rufián lo resumió como «tres listos que se han quedado mordidas», y en el fondo es coherente: su partido indulta la corrupción del PSOE en contraprestación a la reforma del Código Penal que el PSOE hizo a la medida del suyo. Por su parte Yolanda Díaz, vicepresidenta del barco pirata, que había anunciado una denuncia implacable contra la corrupción, proclamó a gritos que Sánchez es un hombre honrado y, contagiada por la metáfora náutica, se limitó a pedirle que cambiara el rumbo. El nuevo rumbo que Sánchez presentó se concretó en una serie de medidas anticorrupción, unas existentes, otras cosméticas, otras escandalosas (persiste en entregar la instrucción de las causas penales a su Fiscal imputado, lo que supone trasladar la investigación a la isla de la Tortuga) y alguna descacharrante: una encuesta del CIS sobre la corrupción.

Yolanda Díaz invocó a su padre, recientemente fallecido, para justificar su apoyo a Sánchez: él jamás habría tolerado que gobernase la derecha. No sé, no creo que sea un buen homenaje filial exhibir orgullosamente el sectarismo del padre. La exhibición abierta de un talante antidemocrático es cada vez más frecuente entre los socias progresistas. El artículo 1 de la Constitución (no hay que ir muy lejos) dice que los valores superiores del ordenamiento jurídico son cuatro: la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político. Pues bien, la aversión a este último se manifiesta ya con total naturalidad desde el Congreso, y todos asumen que es mejor un gobierno corrupto que de derechas. Cuando se apruebe el cupo catalán, demostraran que prefieren un gobierno corrupto y anti igualitario que uno de derechas. Esto es comprensible en el caso de los socios catalanes, que a fin de cuentas mantienen al capitán zombi para exprimirlo, y esto nos lleva a una nueva metáfora marinera: el PSOE de Sánchez es el barco de Davy Jones en Piratas del Caribe, que vaga por los mares cada vez más podrido gobernado por la maldición de los enemigos del régimen del 78. De entre toda la podredumbre la peor es la política (una investidura a cambio de impunidad, fontaneros encargados de echar basura sobre los que investigan, o un Fiscal General dedicado a triturar a un rival político, por ejemplo). Hay que reconocer que Sánchez triunfó al poner el foco exclusivamente en la corrupción económica, pero no debemos dejar de señalar que todos los diputados que lo mantienen están igualmente podridos.

Lo más curioso de la sesión de ayer es que los votantes progresistas se enteraron de repente de los negocios de prostitución del suegro del presidente. Unas saunas en las que, posiblemente, además se extorsionaba: el inefable comisario Villarejo contó que allí se grababan las actividades de políticos y jueces. En el atril Sánchez confesó (mintió) que había sentido la tentación de dimitir, pero que «tirar la toalla no es una opción». Sánchez no se rinde ni ante los golpes más duros, quería evocar. Pero la imagen de la toalla en el suelo, cuando el relato se ha adentrado en el proceloso mundo de las saunas, tal vez no sea la alegoría más estimulante.

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4 respuestas

  1. Este artículo es estupendo, siempre son interesantes.
    Lo que estamos viviendo los españoles es una pesadilla y necesitamos leer a escritores como Fernando Navarro.
    Gracias

  2. Corrupción, sectarismo, disolución de España, ¿qué más se puede pedir?
    ¿Qué hemos hecho para pasar de ser un país serio, sobre 1976, a este esperpento cutre en el que un chulo playa está al mando?
    Pues consentir, consentir, el españolito consiente todo, fútbol y cañas, ¿que hay mejor?

  3. Buena alegoría:la toalla sudada y tirada en el suelo de sauna.A lo mejor el rey resulta que se ha quedado desnudo, de repente.
    Lo de los comunistas como, Suso y Yooli,desde que existen lo han tenido muy claro:cuando toman el poder, por las buenas o por las malas, es para quedarse para siempre, no lo van a dejar ni a la derecha ni a nadie.Dictadura del proletariado lo llaman.Ejemplos desde 1.917 hasta hoy día a montones.No lo dicen en broma:ya nos lo recordó en Marqués de Galapagar:que se olvide la derecha de volver al poder.
    Otra asunto interesante sería saber que «derecha» para el capitán saunas y su cuadrilla de bolcheviques ministeriales.

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