Futuro imperfecto

Tengo la ligera impresión de que el inminente proceso soberanista catalán tiende –sin demasiados matices- al fracaso más estrepitoso, es decir, a una situación de ridículo generalizado y sin tapujos. El expresidente Tarradellas, un individuo de sangre siberiana, con experiencia política discutible y capaz de pactar con monjas y trotskistas simultáneamente, solía “rogar” a sus funcionarios que trabajaran con la corbata visible; y a las funcionarias que “no estaría nada mal” que luciesen falda en lugar de pantalones. Tarradellas legó para la historia la famosa frase: “en política, lo peor es hacer el ridículo”.

El catalán es –por naturaleza y por lugar común- fenicio; lo que equivale a definirlo como comerciante emérito (en Catalunya el tendero perfecto reflexiona seriamente sobre el suicidio cuando en su establecimiento no tiene un género que demanda un cliente). Ser comerciante requiere, sin lugar a dudas, abundantes dosis de negociación (cualquier habitante de Figueres posee una magnífica e innata posición para sentarse en las dos sillas de signo contrario, es decir, en los dos lados de la confrontación, y llegar a un acuerdo favorable).

Siguiendo con el repaso, el catalán es un ser que tiende a una cierta cobardía. Entiendo que este epíteto califica a un pueblo de signo claramente civilizado. No veo yo a catalanes conquistando Perú o cazando flamencos en el tercio de Flandes; sin ir más lejos, a los mongoles o a los sioux les rodea un aura de valentía que no te digo.

Y, finalmente, los habitantes de Catalunya son tremendamente individualistas y, por consiguiente, desconfiados de manera integrista. No se agrupan; no saben. El campesino solo cree en el cielo (meteorológico) y para el comerciante su dios es la caja registradora y su musiquilla celestial.

Por estos motivos (tópicos, si gustan) tengo la impresión de que una próxima independencia de Catalunya del Estado español resulta imposible; por lo menos, de momento.

Rajoy –más hábil que inteligente y sin noción alguna de idiomas- espera, sentado y sin admitir preguntas, la inevitable fragmentación de las fuerzas políticas y sociales catalanas. Retranca gallega, sin duda. Hace bien, desde su propio punto de vista, claro. No habrá tanques en las Ramblas - O.T.A.N., Merkel, Obama y Li Keqiang (la China tiene fructíferos intereses en el puerto de Barcelona) lo impedirían - claro ¡no faltaría más! En cuanto a la Unión Europea ni está ni se la espera (hace ya más de diez años que no se tienen noticias de Ella).

Así pues, ni ejército, ni cárcel para Mas y sus secuaces, ni suspensión de autonomía, ni naranjas de la China (ya he explicado el motivo del comportamiento chino…). El hielo al rojo vivo catalán se disolverá en agua (o en cava): cuatro pactos de quítame allá esas pajas, unas sonrisas de medio pelo, algunas antiguas infraestructuras desbloquedas provisionalmente… y a esperar una nueva ocasión.

Lo dijo Azaña, un cobarde muy sensible e inteligente (apreciaba sumamente el consomé de “L’Hardy”, en Madrid): “siempre es una palabra que no tiene valor en la historia y, por lo tanto, tampoco en política”.

Otra cosa sería que a un servidor, a lo mejor, le pareciera óptimo que Catalunya se “marchara” de España para poder amarla con mayor intensidad.

Dicen que la distancia es el olvido.

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