Claudio Biern Boyd fallecía esta semana a los 82 años. A muchos no les dirá nada este nombre, pero si les digo que fue el creador de Willy Fog, David el Gnomo o D’Artacán, entre otros míticos personajes de animación con los que muchos crecimos en la década de los 70 y 80, seguro que les dice algo más. Nacido en Palma, hijo de padre catalán y madre escocesa, Biern Boyd fue un icono de la animación de este país y su trabajo le valió la etiqueta del ‘Walt Disney español’ gracias a las simpáticas creaciones que poblaron los televisores, muchos todavía en blanco y negro, de los hogares de España en los primeros años de la Democracia.
Nada más conocer la noticia, lo primero que me vino a la cabeza fue un sentimiento de gratitud hacia una persona que, sin llegar a conocerla, acompañó mi infancia con sus personajes e historias entrañables. La mía y de la todos los considerados Generación X, porque entonces solo había una cadena, o dos como mucho, en la tele, no como ahora, y, por lo tanto, había unanimidad a la hora de elegir qué ver cuando te sentabas en aquellos sofás de escay típicos de la época. Por eso los personajes de Biern Boyd calaron tan profundo en el imaginario de millones de españoles y su recuerdo permanece imborrable.
Y después, las creaciones de Biern Boyd me trasladan en el tiempo a los modos y costumbre de una época no tan lejana en el tiempo, pero que hoy parece a años luz de la realidad actual. Recuerdo que, entonces, ver la televisión sí era ver de verdad la televisión. Porque toda la familia veía el mismo programa en el único receptor de la vivienda, porque lo de tener una tele en cada habitación era un lujo al alcance de muy pocos; porque no había móviles por medio que sonaran a todas horas recibiendo llamadas o mensajes; porque tampoco había tablets en las que cada uno, con sus auriculares, se aísla del mundo mientras elige el contenido que le apatece en youtube o en cualquier otra plataforma. Ver la televisión era un verdadero acto familiar, en el que todos los miembros del hogar compartían experiencia y opinión alrededor de la misma historia. Entonces, la televisión unía a la familia. Hoy, es evidente que nos separa.
Es verdad que los personajes de Biern Boyd acompañaron la infancia de muchos de nosotros, pero cada generación arrastra su trauma y a nosotros nos tocó vivir la muerte de David el Gnomo en el último minuto del capítulo 26 de la serie. Posiblemente en ninguna otra ocasión se habrán soltado tantas lágrimas a la vez en los hogares de nuestro país mirando la pantalla. Fue uno de esos momentos que en la actualidad se denominan trending topic y que, a buen seguro, formaría parte de cualquier resumen con las noticias destacados del año. A muchos les costó reponerse de un desenlace inesperado.
Llevado por la nostalgia y por compartir un trozo de mi infancia con mis hijos, reconozco que compré la colección completa en DVD de algunas de estas series para que mis hijos mayores, ahora ya veinteañeros, conocieran las series de dibujos que tanto gustaban a su padre cuando era un niño. Admito que no tenía demasiada esperanza en que esos dibujos analógicos atraparan la atención de unos niños digitales. Pero me equivoqué. Esa sintonía, esas historias sencillas pero cargadas de mensajes, esa actitud entrañable de sus personajes, en la que hasta lo malos podían caer simpáticos, también enganchó a mis hijos, que devoraron con fruición la colección. Hasta el punto de que en 2009 los llevé al auditórium de Palma a ver el musical de “La Vuelta al mundo de Willy Fog”, con los entrañables Tico y Rigodón, y la bella Romy. Y entonces, al final del musical, sobre el escenario, apareció Claudio Biern Boyd con todos los personajes del musical y el público se puso en pie para aplaudirle.
Porque Biern Boyd aprendió a conocer el deseo infantil de toda una generación. En su convencimiento, sabiduría y buen gusto, estaba el servir como herramienta de educación sin dogmatizar ni avasallar. Sus héroes, le gustaba decir, lo eran de acción y aventuras, «pero sin violencia». En eso, también hemos cambiado. DEP





