Hermosura

Definiciones de la palabra hermosura, según el diccionario de la lengua española que publica la Real Academia Española:

Belleza que pude ser percibida por el oído o la vista.

Lo agradable de algo que recrea por su amenidad u otra causa.

Proporción noble o perfecta de las partes con el todo; conjunto de cualidades que hacen a una cosa excelente en su línea.

Persona o cosa hermosa.

Enfermedad del ganado vacuno o caballar causada por la ingestión de la ceniza de la paja quemada que produce irritación, excoriación y úlcera hasta formar un tumor voluminoso que hincha el cuello del animal dándole un falso aspecto robusto y hermoso.

Me valen todas estas definiciones, excepto la última, la del ganado vacuno o caballar, para dibujar literalmente lo que, en el próximo párrafo, intento desgranar, que no es otra cosa que el mercado de l'Olivar, en Palma.

Hace unos días, me di un garbeo por la redacción de este periódico digital (sí, el que está usted ojeando en estos momentos; si me lee, claro) al que tanto quiero y al que tanto le debo. Estuve un ratito compartiendo presentaciones y comentarios con “mis” compañeros de letras y, sobre todo, saludando a la coordinadora de
MallorcaDiario, Cristina, magnífica colaboradora y mejor persona humana. También me dedicó unos minutos “mi” director, José María Castro. Todo muy agradable.

Resulta ser que la citada redacción, la sede del diario, esta situada a tan solo veinte metros escasos de la puerta principal que da acceso al ya mencionado mercado de l'Olivar, en pleno centro neurálgico de la típica, tópica y siempre maravillosa Ciutat. Así que, en cuanto salí del edificio me dirigí -sin pensármelo dos veces; ni tan sólo una- a ese universo mágico y sensacional que contiene este recinto gastronómico-comercial.

Y, aquí, es donde se unen las palabras mercado y hermosura. Porque una vez en el interior de este auténtico “templo” de vida uno se da cuenta de la belleza que contiene, así como de los tesoros que los comerciantes exhiben en sus paradas. En aquel espacio vital se respira un ambiente impecable en un entorno en el que las personas (compradores y vendedores, más algún turista despistado) y los productos se entremezclan en una especie de baile que conlleva una casi perfecta coordinación; como si se tratara de un ritual, religioso o laico.

Es tal el estallido de luz, color y sonido que el espectáculo comienza justo después de cruzar la puerta. El espectador, en este caso un servidor de ustedes, cae rendido a los pies de un tan magno resplandor social. Una alegría desbordada se apodera del sujeto y con los ojos bien abiertos, se deja llevar, contemplativamente, a ese mundo de gozo implicado en un servicio esencial y público. Y nunca falla: ese mismo espectador alucina pepinillos con el bullicio casi festivo que se produce entre mil relaciones comerciales.

Todos, todos, los productos del comer que se ofrecen en este mercado son de una frescura y un primor que tumban de espaldas al más pintado; al más ingenuo de la sociedad: los pescados muestran su vivacidad con toda su fuerza. La glándula salivar -en este proceso- se rinde a la evidencia y no para de segregar sus jugos; es su trabajo. En cuanto a las viandas, las mejores texturas cárnicas explotan a la vista del paseante, en especial algunos “lechoncitos” (porcelles) que piden a gritos -es una metafora, claro, los pobrecitos, ya sin voz ni voto- que reflejan una ternura angelical. Finalmente, las paradas de verduras encienden las correspondientes pasiones de amantes del campo y, por supuesto, de los veganos.

En fin, qué les voy a contar, una maravilla de paisaje que se enciende en la mente y que brilla por sí solo, sin ayuda de nada más que las emociones y la sensibilidad. Ahí está, justo en medio.

Así pues, un recorrido por este palacio de la vida le deja a uno uncuerpo relajado y descomunalmente feliz.

Después de esta sagrada visita, cualquiera se va a un mega centro comercial masificado y destrozado por una rutina gris y mediocre; y lo siento por estos mega supers que, dicen, tan prácticos son. En l'Olivar, el contacto humano no tiene parangón, ya ni en las iglesias, antaño abarrotadas y, ahora mismo, un centro de corrientes de aire.

Vayan, disfruten y compren en los mercados públicos. Se lo pido por favor. Se lo suplico.

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