No piensen que me he vuelto belicista ni nada parecido pero es que ando algo perdido sin las instrucciones de la izquierda intelectual sobre qué postura debo adoptar frente a la guerra del oriente de Europa. Verán, el gobierno de la nación, presidido por un señor de izquierda que quiere frenar casi como sea a la derecha, dice que la
guerra no; mientras que otros miembros de su gabinete no se manifiesta con tanta claridad contra la madre Rusia.
Siempre se nos dice que la política exterior la marca el presidente del gobierno y si el gabinete es un órgano colegiado, como va a quedar la cosa, ¿guerra sí o no?
De hecho hace relativamente poco que se celebró la Gala de los Goya y ninguno de los Bardem y demás ilustrados que saben más que nadie, pese a que el conflicto estaba en ciernes, no nos marcaron la pauta de no a la guerra. Lo cual, me temo, me lleva a pensar que no todas las guerras son iguales a los ojos de la izquierda revolucionaria que se creen cultural e intelectualmente superior a la mayoría de la sociedad. Quizás, lo que pasa es que Podemos y sus conmilitones son un poco sectarios… como su padrecito Lenin, Trotsky, Stalin, Kruschev y su zapato… y así podríamos seguir. Estos individuos que he relacionado son los que más crímenes han cometido en la historia de la humanidad. No se trata de calcular cuál de los dictadores mató u ordenó matar a más ciudadanos, basta con la realidad de que lo hicieron.
Debo confesarles que cuando preparaba el artículo el fin de semana y ponía en orden mis notas tenía pensado escribir sobre la tan manida pregunta de en esta guerra ¿Dónde está Dios?; la pregunta es legítima e incluso un Papa, Benedicto XIII, reputado teólogo desde los tiempos del Concilio Vaticano II, se lo planteo cuando estuvo de visita, como Papa, en Auschwitz y Bierkenau, preguntó, en voz alta ante el auditorio, donde estaba Dios cuando los nazis gasificaban a los judíos, donde estaba el Dios de los cristianos y donde estaba el Dios de los judíos; un Dios que según las Escrituras es amor: “quien no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor”. Jn 1,4º-8.
Pero no me he atrevido a abordar ese tema, primero porque creo que merece una reflexión más profunda y debidamente asesorada por alguien con conocimientos de teología, segundo me parece que no hacerlo como es debido es un acto de frivolidad absolutamente inaceptable y por último que podría herir la sensibilidad de demasiadas personas queridas por mi arrogancia y a la vez torpeza. Que plantee esta cuestión el Papa Ratzinger es una cosa y que lo plantee y abra el debate yo es otra que nada tiene que ver.
Nuestro bien estar en la tercera década de este siglo no es fruto de la casualidad; todo tiene un origen y es consecuencia de un esfuerzo. Entiendo muy bien al ciudadano ucraniano que saboteó, en un acto de guerra, el barco de su empleador, aunque para la ley española sea delito. Hizo lo que tenía que hacer, y eso como patriota le honra.
La vieja Europa, cada vez más insignificante en el orden económico global, sin prácticamente ninguna industria y camino de convertirse en un museo, le ha costado mucho, muchísimo llegar a ese nivel de bienestar, de derechos consolidados y de democracias como sistema menos malo en la historia de la humanidad. Todo eso, que suponen un sinfín de cicatrices, muertos y héroes, no puede quedar al albur de lo que pretenda un espía venido arriba con ínfulas de zar. El equilibrio mundial cada vez que ha estado en manos de un tirano se ha desequilibrado pues no ha imperado la razón del derecho ni el derecho de la razón. Nada más que la imposición de un régimen de terror que nunca ha conducido a nada más que a dramas y especialmente una población infantil martirizada.
No conozco las razones de fondo pero tengo claro quien ha tirado la primera piedra y ese no ha sido otro que Putin, lo demás poco importa. Probablemente para dicho tirano la máxima de Maquiavelo, el fin justifica los medios, es una verdad absoluta y al final de todo ese camino de sangre, horror y violencia solo haya dinero. Dinero en forma de petróleo, gas o dinero en forma de poder.
Si dejamos que Putin se salga con la suya y no ayudamos al débil, después vendrán las repúblicas bálticas y Escandinavia y el poema de Niemöller, ese que dice que no hizo nada porque no era judío, o gitano, volverá a tener vigencia. Estaremos ante el fracaso de la humanidad que no habrá tardado ni cien años en cometer el mismo error, la misma estupidez. Matarnos unos a otros. Acaso, ¿nunca aprenderemos?