Hubo un tiempo...

… en el cual sentirse español no era pecado. Sin embargo, en la actualidad se ha convertido en un insulto. Sentirse español es caer en el pecado del fascismo, franquismo, nazismo y demás ismos. Ahora lo que se estila es precisamente todo lo contrario. En un determinado momento los jueces —sacerdotes supremos — establecieron que silbar el himno nacional era hacer uso de la libertad de expresión, como el quemar la bandera o las fotografías del Rey del Reino de España. Una consideración judicial que, ciega, no vio más allá del gesto para introducirse en su trasfondo. No solo se quema un trozo de papel o de tela o se tiran huevos contra las pantallas de plasma, sino que se afrenta el sentimiento de españolidad que simbolizan banderas, himno, selección. Unos pocos, ruidosos, fanatizados, revanchistas, con su gesto, personifican su deseo de implantar un modelo de Estado diferente, en un territorio y en un sistema diferentes. Atentan, en fin, contra los fundamentos de convivencia que la ciudadanía nos habíamos concedido mediante la Constitución del 78. Así de simple y de grotesco. Y siguen con esa estrategia, haciendo uso de escenarios públicos para gritar sus improperios en contra de quienes desean la convivencia y sus soflamas en favor de falsos artistas que no apetecen sino la destrucción de todo aquello que con lo cual no comulgan. Son los nuevos moisés de una secta llena de palabras malsonantes, de versos sin rima, de improperios, de amenazas e insultos que, ¡milagro!, el mismo sistema que desean destruir les permite.

Se aproximan tiempos complicados, pero, no por nuevos ni distintos a los vividos años atrás. La mosca le dijo al caballo, estamos arando. Y así sigue sucediendo; el caballo socialista sigue con su senda, estampando en la sociedad su surco, mientras la mosca, desde la altura de una supuesta superioridad, contempla como el socialismo, paso a paso, va configurando una sociedad a su imagen y semejanza. Una sociedad en la cual el orgullo de ser español provenga de un barco con nombre de refresco. Una sociedad en la cual los únicos y válidos valores surjan del gran proyecto izquierdista; recuperar la República como exclusivo adalid de la democracia. Poco importa que aquellos años fuesen de total confrontación, poco importa. Lo deseado no es sino cegar la historia en el lapso de tiempo en el cual el bolchevismo fue aplastado, el marxismo fue arrinconado y el socialismo se hundió en las catacumbas del cainismo. Ahora lo propio, lo adecuado es recuperar el tiempo perdido en esas catacumbas a base de mercadotecnia, de campañas mediáticas, de adoctrinamiento escolar, de devaluación de la juventud, de implantación de reglas para bien morir y para bien vivir, de catequizar el demérito, de idealizar el desdoro, de espectáculo decorado de moralina, todo ello con tanta decisión como suavidad a fin de lograr que a España no la reconozca ni «la madre que la parió».

Y la mosca, montada en su estúpida desidia, contempla como el mundo a su alrededor está cambiando y no acierta sino a colocar paños calientes a los problemas. Sin decisión, sin acierto, sin coraje, el horizonte que se le ofrece llega al extremo de contemplar como una Navarra, creada por Francia, se llena de ikurriñas o que el Rey de España, Señor de Gerona, es persona non grata en la capital catalana. Y todo ello, mientras leyes, normas, instrucciones implantadas por anteriores gobiernos socialistas han permanecido inalterables, junto con nombramientos excelentemente remunerados de ex ministros socialistas mantenidos sin vergüenza alguna. En contraposición, los dioses socialistas se esfuerzan desde el primer instante en modelar la sociedad a su conveniencia y acorde con su religión. Una religión marcada por el fomes pecatti desde su mismo nacimiento. Ellos no surgieron para gobernar la sociedad, sino para aherrojarla con sus ideologías y sus verdades sectarias. Para ello hay que destruir la base histórica e implantar una nueva historia, un nuevo lenguaje, una nueva semántica, un nuevo raciocinio, un nuevo derecho positivista y una justicia relativista. Y es que la izquierda ultramontana hoy tiene derecho a todo, desde el odio a la civilización occidental y a los elementos religiosos, étnicos, culturales, políticos y económicos que la constituyeron en el pasado hasta el postergar los íntimos sentimientos de la ciudadanía a la penumbra de la privacidad.

Siguiendo a Churchill, osado político opuesto al pacifista Chamberlain, cuando comentaba que «colocado un comunista a gestionar el desierto del Sahara, en cinco años se necesitaría importar arena», no es aventurado anunciar que, dentro de dos años, la gestión del socialismo de Pedro, junto con el leninismo de Pablo, nos trasportará, de nuevo, a los peores años del sectarismo republicano, ante la mirada expectante de unos partidos no izquierdistas que no se han apercibido que, el método Neville, no soluciona los problemas de Navarra, de Cataluña, de Valencia, ni del descuajeringue en todos los sentidos de la sociedad. Vamos hacia un nuevo mundo, en el cual, sentirse español no solamente será pecado sino también una maldición merecedora del ostracismo cívico. Entretanto, Felipe VI, después de visitar ciudades legado de misioneros franciscanos, podrá contemplar la imagen de Bernardo de Gálvez, único español con retrato en el Capitolio estadounidense. Orgulloso pasado para un infausto presente.

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