Empezó a trabajar con 14 años vendiendo perfumería, junto a su padre. Comerciante nato, su lema es “todo se vende en el mercado”. Recorrió durante años los pueblos de Mallorca, Ibiza y Menorca, a los que se desplazaba una vez al mes, llevando aromas y fragancias cuando eran artículos de lujo y no todo el mundo podía acceder a ellos. Más tarde con una representación que tenía también se trasladaba a zonas del Levante peninsular.
Determinación, empeño, coraje son términos que definen a Jaime Roselló Soler (Palma, 1933), empresario hecho a sí mismo, colegiado como agente comercial en 1951, “fui de los primeros”, para el que lo más importante ha sido siempre la “seriedad en el trabajo, no engañar a nadie”, valores que aprendió tras largos años de trabajo junto a su padre, Manuel Roselló Calvo, que más tarde transmitió a su hijo, Jaume X. Roselló Llabrés, gerente de la empresa, y que ahora trata de inculcar a su nieto Marc.
Todo arrancó allá por 1958. Tras años dedicados a la venta de perfumería, Jaime Roselló y su padre se iniciaron en el sector de la construcción. Eran los años del boom turístico y Mallorca crecía a un ritmo trepidante. Admite que “no teníamos ni idea del negocio, pero si eres comerciante vendes cualquier cosa”.
Gracias a contactos que tenían en Barcelona les ofrecieron una representación de la casa Gravent y empezaron a entablar relaciones comerciales con arquitectos, contratistas, mayoristas… “Empezamos con Roselló e Hijo porque mi hermano estaba trabajando en Santo Domingo, luego regresó y estuvo unos años trabajando con nosotros. Pusimos un despacho en la Plaza del Olivar 36, donde teníamos una pequeña exposición. Al fallecer mi padre la empresa pasó a denominarse Roselló Hermanos y montamos una tienda en la calle Manacor, esquina con Capitán Vila, también con exposición”.
Fue en ese momento cuando a otra casa dedicada a la fabricación de persianas le interesó la compra de un solar en Can Valero, por aquel entonces conocido como Polígono de la Paz, para montar las persianas venecianas aquí en vez de traerlas de la Península. “La cosa fue creciendo, le compramos la nave de unos cien metros cuadrados a la empresa, la tiramos e hicimos las instalaciones más grandes. Entonces ya le pusimos Roselló e Hijos y estamos trabajando desde entonces”. Ellos fueron la sexta empresa en instalarse en el Polígono.
Hoy en día, Roselló e Hijos son toda una referencia en el sector, una empresa especializada en el suministro e instalación de sistemas de protección solar y ahorro energético, como persianas enrollables y orientables, pérgolas, celosías, automatismos, cortinas interiores y exteriores, toldos y falsos techos de aluminio para la construcción y el cliente particular. Disponen de una superficie de unos 1.000 m2 y son doce empleados entre oficina y taller.
Ahora todo puede parecer muy fácil, que el éxito le ha llegado rodado, pero ha sido su constancia, las lecciones de la vieja escuela de comerciantes, estudiar las múltiples posibilidades que ofrece el mercado, lo que han hecho de este hombre un empresario de pura cepa, siempre defendiendo la calidad. “En aquella época la mayoría carecíamos de preparación. Cuando nosotros empezamos con este negocio sólo había ocho arquitectos en Palma. Pero con fuerza de voluntad te vas formando. Trabajábamos las horas que fueran necesarias, eso no lo teníamos en cuenta, si nos llamaban a las 10 de la noche estábamos contentos y si lo hacían a las ocho de la mañana también”.
Destaca que lo importante era “hacer mucha política empresarial, entablar buenas relaciones comerciales y, al final, evaluar cómo había ido cada trimestre, fin de año y no mirábamos cuántas horas nos había costado llegar a ese objetivo”.
Confiesa que momentos de dificultad los ha habido, “pero nunca he pensado en tirar la toalla, siempre hemos tenido empuje para salir adelante”. Y en eso ha tenido mucho que ver el hecho de que “nunca hemos tirado el dinero, si ganábamos dos no gastábamos cuatro, hemos sido conservadores en ese sentido”, lo que en épocas de crisis les ha permitido mantenerse a flote.
A sus 83 años se muestra algo nostálgico de una época pasada en la que valores como confianza, respeto, responsabilidad, sinceridad lo eran todo. “Dar seguridad al cliente, no engañar a nadie y ser serio en el trabajo es lo que aprendí de mi padre y lo que yo he transmitido a mi hijo. Ahora la seguridad de hace cuarenta años no es la misma. A mí lo que me enseñó mi padre era una cosa recta y ahora veo en las generaciones jóvenes que esa palabra no se toma tan en serio, pero es que ha cambiado toda la sociedad”. “Hay una gran diferencia de la Mallorca de los años cincuenta a la de ahora, la gente era más sana. Han cambiado los valores de la gente, ya no damos importancia a determinadas cosas”.
Al ser una empresa pequeña tanto Jaime Roselló como su hijo han entablado una relación casi familiar con los trabajadores. “Eso es algo muy bonito. Uno tiene la familia propia y también hemos sabido crear una relación especial con la gente que trabaja aquí. Si necesitan algo o tienen algún problema acuden a nosotros. No seríamos nada sin ellos”.
Y en eso reside también la esencia de un buen empresario, además de hacer crecer su empresa. “El empresario es el que mueve el país, el que produce la riqueza. No es un dios, pero tampoco es un demonio”.
Jaime Roselló ha sabido aplicar con maestría ese don innato de comerciante a su empresa, confiesa que no era de los que se quedaban encerrados en el despacho “yo salía a vender mucho, ahora ya estoy jubilado”. Ese empuje que siempre ha demostrado es el que le ha mantenido con ganas de estar siempre en alza dentro del sector de la protección solar y del ahorro energético. “El hecho de ser una pequeña empresa nos ha dado la ventaja de poder adaptarnos a dichos cambios de una manera eficiente para así orientar toda la estrategia empresarial a los nuevos tiempos. Buscamos soluciones comprometidas con el medio ambiente”.
Para una persona que ha creado una empresa de la nada, que ha ido aprendiendo los entresijos del negocio sobre la marcha, que ha puesto todo su empeño para que esa sociedad creciera y evolucionara acorde con los tiempos y poder dejar así un legado a las generaciones futuras, mantenerse lejos no es fácil. Con 83 años asegura que “hace casi un año que aún venía todos los días por las mañanas. Estaba un rato y hacía algunas gestiones”. Una operación que le hicieron hace unos meses le mantiene alejado del despacho pero afirma con rotundidad que “cuando uno es empresario lo es para toda la vida, no hay jubilación”.
Su nieto es ya la cuarta generación, sólo tiene 12 años, pero observa a su abuelo con atención a cierta distancia, pendiente de sus palabras, volviendo a escuchar las historias que seguro le ha contado un sinfín de veces. Y éste mirándole con cariño asevera, “le digo que sea serio, que estudie, que adquiera una formación y que en un futuro él decidirá lo que quiere hacer porque es su vida, no la mía”.
A Jaime Roselló le gusta leer, jugar al pinacle y el Mallorca. “Ahora nos da disgustos, pero ha tenido épocas buenas”. Aún así se mantiene fiel al equipo aunque ya no vaya al campo a verlo. Ha cumplido con todos sus objetivos en la vida y ahora sólo alberga un deseo, “me gustaría que la empresa siguiera igual, ahora está encauzada, el nombre se mantiene y sería estupendo que esto permaneciera”.
Esta entrevista ha sido publicada en el libro Empresarios con valor editado por Asima para realzar la figura del empresario.