Junto al mar

Años atrás, cuando era algo más joven, solía pasear bastante a menudo por la zona de es Molinar, sobre todo al anochecer. Ese recuerdo personal es uno de los más hermosos que guardo y que seguramente guardaré nunca, porque posiblemente pocas cosas puede haber en nuestras vidas más agradables y valiosas que poder pasear y poder meditar en libertad, ya sea solos o quizás a veces también en compañía.

En aquella época, me gustaba contemplar las hermosas casas y fincas situadas en primera línea, junto al mar, y pensar en cómo debía de ser quizás la vida de quienes las habitaban, mientras observaba también al mismo tiempo otras zonas de la ciudad. En esos instantes nocturnos llenos de magia, a veces un barco surcaba el mar o un avión hacía lo propio en el cielo. En ocasiones, había también otras personas que paseaban solas o que descansaban hablando con su pareja o con una persona amiga.

«Era el mejor de los tiempos y el peor; la edad de la sabiduría y la de la locura; la época de la fe y la época de la incredulidad; la estación de la luz y la de las tinieblas; era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación». Así empieza la extraordinaria novela «Historia de dos ciudades», del maestro Charles Dickens. La época concreta de la que nos habla el autor de «Oliver Twist» es la de la Inglaterra y la Francia de finales del siglo XVIII, poco antes del inicio de la Revolución Francesa.

En ocasiones he pensado que, en cierto modo, esa brillantísima introducción de Dickens podría quizás valer también casi para cualquier época, incluida aquella tranquila de mi juventud o la que estamos viviendo todos justo ahora. En este último caso, desde hace varios meses ha parecido primar a veces mucho más en nuestro país «el invierno de la desesperación» que no «la primavera de la esperanza», mientras nosotros buscábamos tal vez también las otras dos estaciones, el verano de la serenidad y la ilusión o el otoño de la dulzura y la melancolía.