Catalunya, Escocia, Ucrania, Siria y Nueva Guinea copan los espacios informativos. Y nada es que ocupen los espacios informativos, lo llamativo es que ocupen toda la agenda internacional de los mandatarios.
Como suele pasar, los políticos actúan a reacción y no les queda más remedio que atender a las situaciones más emergentes. Mientras tanto, el alud lento pero implacable que se presenta en un futuro no muy lejano se va haciendo más grande y uno duda de que tengamos capacidad de reacción cuando está a punto de aplastarnos. Esta gigantesca bola de nieve tiene un nombre, se llama China.
La situación del gigante asiático es muy singular, con un comunismo exacerbado en su interior, se hace fuerte con un capitalismo feroz en su exterior. Para quien quiera instaurarse empresarialmente allí, no se encontrará con las mismas reglas del juego que ellos se encuentran aquí.
Tenemos la oportunidad de plantar cara al gigante. Es muy fácil. Ni comprar en comercios chinos ni adquirir cualquier objeto o máquina que ponga “Made in China”. Pero no lo hacemos. Por una parte pensamos más en lo que nos ahorramos, y por otra, es tal la presencia de cosas elaboradas en China que nos volveríamos locos si tuviéramos que controlar todas las etiquetas. Los precios al consumo les aportan más competitividad, y, entendiendo ‘economía’ como gestión del bien escaso (el dinero), compramos lo que más nos resulta conveniente a nuestro bolsillo.
En un régimen de librecomercio podemos comprar las cosas a quien nos apetezca, sin embargo, sería bueno que fuéramos conscientes de lo que provocamos involuntariamente con nuestros actos. Comprar masivamente productos chinos significa fomentar una salida de divisas importante. No solemos parar a reflexionar sobre ello, pero contribuimos día a día a hacer el gigante más gigante. Y cuando se ponga encima de nosotros nos será imposible movernos. Estaremos totalmente a su merced, si no lo estamos ya ahora.
