Categorías: OPINIÓN

La falacia del Patriarcado

Se está imponiendo un nuevo estilo de paternalismo que pide un trato especial para las mujeres mientras pone bajo sospecha a los hombres.

Para ciertas activistas feministas, la igualdad ante la ley solo disimula la discriminación que todavía persiste en la sociedad, como herencia de la opresión. Eso justifica que los miembros de grupos que han sido discriminados reciban ahora un trato diferente que compense esa opresión histórica.

Lo que parece ser una igualación entre el estatus de hombres y mujeres realmente es la degradación del potencial humano de ambos. En el caso de los hombres, no se trata solo de que ya no personifiquen la autoridad; es su propia masculinidad la que es inherentemente problemática. En el mejor de los casos se dice que la masculinidad hace a los hombres inflexibles; en el peor, que los convierte en peligrosos autómatas sin sentimientos, aislados de sí mismos y de los demás, inclinados a ver a las mujeres como objetos y predispuestos a la violencia sexual.

En cambio, a las mujeres se las presenta como seres vulnerables, también por principio. Siempre están en peligro, ya sea porque tienen una cita con un hombre que puede utilizar el alcohol como un arma para violarlas, o porque pueden desarrollar un trastorno alimenticio desencadenado por las imágenes de las revistas de moda.

Lo cierto es que estas visiones caricaturescas socavan los fundamentos para lograr la igualdad y la cooperación mutua. Cuando los hombres son vistos como inútiles o peligrosos, y las mujeres como indefensas frente a los privilegios masculinos, ¿resulta tan sorprendente que el matrimonio –la institución donde los hombres y las mujeres se
comprometen para toda la vida– se haya vuelto tan conflictivo como para que valga la pena?

Las únicas personas que se benefician de la lucha de poder entre mujeres y hombres son las feministas radicales, que intentan resucitar una doctrina que se daba por muerta. Como su nombre indica, sus ideas no son novedosas ni originales: básicamente, se limitan a hacer un refrito del académico y tosco feminismo de género, que se puso de moda hace 30 años.

Pese a los aires de libertad que se dan las feministas radicales, su mensaje –la masculinidad es el problema– sigue siendo tan paternalista como lo fue entonces. Lo que pasa es que ahora está calando la idea de que cualquiera que se atreva a refutar sus tesis está perpetuando la opresión patriarcal. Consiguen que nadie les discuta. Y no porque la mayoría esté de acuerdo con ellas –de hecho, las encuestas revelan que muchas mujeres se desmarcan enérgicamente de las activistas feministas radicales –, sino porque quizá prefieren que nadie les tache de antimujeres.

Agustín Buades

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