En efecto habría que jugar cada partido como una final. Esta es la obligación de cualquier futbolista profesional que se precie. Pero, ¡cuidado!, distinto es que verdaderamente cada cita del calendario adquiera tintes tan dramáticos.
En el caso que nos preocupa, el del Mallorca, ya lleva disputadas no se cuántas finales. Las ha perdido, empatado e incluso ganado alguna sin demasiado impacto en la clasificación. Pero si, el choque del domingo en Almería puede que sea el más importante de los que restan o, al menos, se presenta con carácter de semi.
Si antes de la visita al Huesca opiné que no era bueno un empate, en esta ocasión no se me antoja un mal resultado. Serviría para mantener las distancias respecto al conjunto andaluz, que marca de momento el descenso, a la espera de las últimas once jornadas. Obviamente la victoria alejaría la amenaza latente, pero una eventual derrota en el estadio de los Juegos del Mediterráneo complicaría mucho el futuro tanto deportiva como psicológicamente.
Ni soy optimista, ni me dejo vencer por la depresión, pero albergo muchas dudas de que, virtualmente descendidos el Athletic B, el Llagostera e incluso el Albacete, rivales como la Ponferradina o el cuadro oscense de Anquela, terminen el campeonato por delante de los de Vázquez. Es la permanencia por demérito de los demás y no por merecimiento propio, pero al fin y al cabo de lo que se trata es de mantener la categoría y dejar la gloria para más adelante, ya que honor queda poco o casi nada.