La fórmula

Cada cierto tiempo, solemos descubrir que la fórmula o la composición de algunos de los productos que compramos con mayor asiduidad en el supermercado o en otras tiendas ha cambiado parcial o totalmente, casi siempre para bien. O eso es al menos lo que nos explican con gran emoción y entusiasmo los propios fabricantes.

El último hallazgo en ese sentido lo hice muy recientemente, hace apenas unos días, con el pan de molde que de manera fiel compro desde hace ya varios años. Según leí en el envoltorio, a dicho pan se le han añadido hace poco diversas vitaminas y también algunos minerales. Además, también leí que cada rebanada es ahora más esponjosa, más suave y más sana. Y debe de ser así, porque poco después de haber comido ayer mi habitual sándwich matutino, me sentí como más ágil, más vigoroso y más ligero.

Hace algo más de tiempo, había detectado ya diversas variaciones en algunos productos lácteos y también de soja, que en la actualidad se presentan con menos azúcares, más frutas y cero por cien de materia grasa. Por no hablar de la pobre nata, que lleva camino de ser arrojada ya definitivamente al destierro. De forma paralela, también he comprobado que la ausencia absoluta de sal, de colorantes o de conservantes se ha acabado convirtiendo en una seña de identidad en muchos otros víveres.

A raíz de todos esos cambios, es posible que tal vez hayamos perdido algo de sabor en el pan, en el yogur, en la leche, en el flan, en la patatilla, en el anacardo o en el salchichón, pero seguramente lo hemos ganado en salud y en un menor sobreesfuerzo de nuestra báscula de baño.

Por otra parte, también es verdad que en determinados productos hay fórmulas que por muchos años que pasen permanecen idénticas en lo esencial o que incluso son secretas, como ocurre en el caso de la Coca-Cola. Y es igualmente cierto que a veces buscamos directamente bebidas, postres o ultracongelados que han recuperado su fórmula originaria o tradicional, o que se hacen siguiendo las recetas de la abuela, aunque nunca se nos diga cuál es la familia específica a la que dicha yaya pertenece.

Sin salir aún del supermercado, es relativamente habitual que también notemos cambios en las fórmulas de productos como los champús, los jabones, las cremas antiedad, los lavavajillas o los suavizantes, aunque a veces acabemos teniendo la sensación de que nuestra piel o nuestra ropa no se ven especialmente mejoradas con los nuevos ingredientes utilizados. Esa sensación suele acrecentarse cuando, estando ya en casa, tenemos la temeridad y el arrojo de mirarnos de nuevo cara a cara frente al espejo.

A modo de conclusión, podríamos decir que si bien no dudamos, en general, de las buenas intenciones de las nuevas fórmulas, lo más probable es que no consigan que nos veamos hoy más jóvenes, ni más guapos, ni más delgados, ni más lustrosos. Aun así, al menos nos queda el consuelo de que todos los productos que compramos ahora son orgánicos, biológicos y sostenibles, y de que con ellos ayudamos a preservar un poco mejor el medio ambiente.

Ya dice nuestro querido y sabio refranero que no hay mal que por bien no venga, o que quien no se consuela es porque no quiere.

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