La Justicia

 

“Una bella ancianidad es, ordinariamente, la recompensa de una bella vida”.

 

No lo digo yo, lo dijo Pitágoras de Samos (582 a.C.- 497 a.C).

Cuando uno ha trabajado sin descanso para propiciar que alguna cuestión tenga una resolución favorable, se pregunta amargamente por qué no existe recompensa cuando el desenlace no es el deseado. Pensándolo fríamente, a buen seguro que este razonamiento parte de un error de base: estamos mirando al dedo que apunta al cielo, en vez de a la estrella a la que apunta.

Todo lo bueno o malo que nos pasa es consecuencia de alguna decisión tomada durante nuestra vida. Sin embargo, en términos de retribución, ésta no siempre llega de inmediato, ni siempre en la forma esperada. Puede que la cuestión concreta en la que hemos trabajado y puesto nuestro esfuerzo no llegue a buen puerto, porque también influyen otros factores y agentes, sin embargo, del trabajo bien hecho siempre se recogen provechosos frutos a la larga.

¿Las plantas crecen porque llueve, o llueve porque las plantas necesitan agua para crecer? La teoría aristotélica de la Causa Final, aunque denostada por la ciencia, nos aporta la creencia de que las cosas tienen un porqué finalístico a pesar de que no seamos capaces de asimilarlo dada la dubitativa axiología imperante.

Mahatma Gandhi, en contraposición, no duda de que “Nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado. Un esfuerzo total es una victoria completa”. También es un punto de vista interesante, aunque su aplicación global podría llevarnos a una situación de estancamiento social en concomitancia con el “deseo de reconocimiento” preconizado por Anselmo Kozak.

Entorno a la recompensa rondan otros conceptos del subconsciente colectivo que propician una conclusión favorable. Se trata del sacrificio, del uso de la fuerza con dulzura, de la reflexión en búsqueda de respuestas, de la esperanza, de la templanza y de la destrucción de lo malo.

En consecuencia, también es necesario tener una actitud positiva y saber sacar la parte provechosa de cada experiencia vital. Recuerdo a un honesto amigo que me preguntaba “¿Tú nunca aceptas un ‘no’ por respuesta?”. Y si bien su repetitivo ‘no’ me resultó frustrante en su momento, ahora se lo agradezco profundamente por lo que me ha reportado después. Hay que saber esperar.

 

 

Corolario: La vida está en contínua recompensa, no nos podemos adormecer.

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