El jueves se publicaron las cifras del paro en España y en Baleares. Los datos son los peores de la historia en casi todos los ámbitos. Pero, sin embargo, la noticia ha pasado prácticamente desapercibida: nadie se ha indignado, al menos públicamente, por que en España estemos aproximándonos a los cinco millones de parados o porque hayamos superado el 20 por ciento de la población sin trabajo. Da la impresión de que ya no nos sorprende que haya autonomías de España donde estas cifras suban hasta el 28 por ciento, récord en comparación con Europa y con la enorme mayoría de las economías del tercer mundo. En nuestra tierra, igual: ya no nos llama la atención que definitivamente Baleares aparezca en la cola de las regiones con más paro; ni que tengamos 43.000 familias en las que no entra ni un solo salario o que hayamos superado los 125 desempleados, la cifra más alta jamás conocida. La consellera Barceló, que esta vez no fue triunfalista, se congratuló de que la población activa balear haya aumentado, como si eso fuera lo significativo. Nos lo tomamos como si no fuera el gran fracaso de nuestra gestión pública, como si se pudiera comparar con cualquiera de las noticias que se publican en los diarios, como si fuera un dato más de nuestra dieta de sobrealimentación informativa. Televisión Española, pese a la violencia egipcia, abrió el telediario de la noche con el acuerdo de las pensiones y, en ese marco, entrevistó al ministro Valeriano Gómez quien, sobre las cifras del paro dijo que están trabajando en otro plan para luchar contra esta enfermedad. La presentadora no le repreguntó nada, como si fuera normal que hoy, tras cuatro años de empeorar el desempleo, un nuevo ministro nos hable de un plan de choque. Tal vez la noticia no sea el paro, sino que nos hemos acostumbrado a convivir con él.
