A pesar de la tregua meteorológica, la gripe sigue azotando nuestra comunidad. Continuamos en estado de epidemia y con una infectividad inusual. Se mantienen las infecciones, las hospitalizaciones y la mortalidad. El grupo etario más afectado es el de mayores de 65 años.
La vacuna prevista para dar protección a la infección de esta temporada no ha acertado con los serotipos que causan la infección. Los componentes que se incluyen en el lote vacunal se definen, para su preparación y distribución, nueve meses antes y se fabrican al final del verano. La mayoría de vacunas son trivalentes y dan cobertura a dos serotipos A (uno H1, N1, uno H3N2) y otro contra una cepa de la influenza B. Acertar con la estimación prevista de los serotipos infectivos circulantes no es nada fácil.
La mayoría de las infecciones de este año se deben al virus de la influenza A, precisamente del tipo H3N2. Aún así, en gran medida, son diferentes al componente del virus de la vacuna. La protección poblacional de los vacunados se estima, siendo generosos, entre el 30 y el 50%. Este invierno, para no sufrir la gripe, además de la vacuna, necesitamos tener la suerte de nuestro lado. Y es que el virus de la gripe se las sabe todas. Cambia, muta, se transforma continuamente y dribla tanto la protección vacunal como la eficacia de los tratamientos antivirales. Menos mal que ha cedido la pandemia del ébola. La forma de presentación, la similitud de los síntomas iniciales podría haber generado un estado de alarma y angustia ciudadana permanente.
Es obvio que la vacuna contra la gripe dista mucho de ser un instrumento perfecto, pero no nos confundamos, continua siendo la mejor manera de estar protegido contra la enfermedad, de limitar la circulación del virus entre la población y de reducir su mortalidad. Sin duda.



