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La sonrisa de San Juan de la Luz

El asombro desaparece cuando sucede cada día. Hoy entras a un supermercado y encuentras cien sabores de chocolate. Das la vuelta y ves foie y queso francés, y en el siguiente pasillo hay botellas de Burdeos junto a las de Rioja. No siempre fue así. Los vascos nacidos en los setenta nos subíamos de niños al coche con nuestros padres para ir a un supermercado en San Juan de Luz, y aquello era el maná.

Pero los estantes repletos de productos gastronómicos que no se comercializaban aún en España no eran la única sorpresa que uno se podía llevar en el país vascofrancés a principios de los ochenta. Un día de aquellos Fernando, uno de los primeros escoltas que tuvo mi padre, terminó su turno de trabajo en la comisaria de San Sebastián donde estaba destinado. Arrancó su coche, cruzó la frontera y llegó a San Juan de Luz para hacer una de esas compras delicatessen.

Al acabar se detuvo en un café típico del centro, pidió algo y echó un vistazo alrededor mientras esperaba su consumición. No daba crédito. A dos mesas de distancia estaba sentado el tipo cuyo rostro él veía cada día en una de los carteles pegados en la pared delante de su mesa de trabajo. Allí estaba, a plena luz del día y en animada compañía, uno de los terroristas más buscados en España, sonriendo plácidamente con una cerveza en la mano a escasos veinte kilómetros de la frontera.

Comprendo que haya jóvenes a los que estas historias les suenen a batallitas del abuelo cebolleta. No debería ser el caso de Jose Luis Rodríguez Zapatero, un señor de 62 años que era veinteañero cuando los etarras se paseaban con desparpajo por las calles de Bidart horas después de haberle volado la tapa de los sesos a alguien en Rentería, por ejemplo.

El responsable de aquel trágico cachondeo era el socialista François Mitterrand, que lo justificaba porque “el derecho de asilo pertenece a la tradición republicana y democrática de nuestro país y contribuye ampliamente al prestigio de Francia en el mundo”. Felipe González no estaba de acuerdo por X motivos, y un ministro de su gobierno montó los GAL -que sólo actuaban en territorio francés- para hacer reflexionar al Palacio del Elíseo.

Mitterrand cambió de opinión y comenzaron desde París las deportaciones de etarras de segundo nivel a países caribeños. Pero no era suficiente. El patio trasero de juegos de ETA en Francia comenzó a desmontarse de verdad con los gobiernos de José María Aznar gracias a la voluntad decidida de un hombre que mantuvo esos compromisos cuando Zapatero llegó al poder. Fue Nicolás Sarkozy, primero como ministro del Interior y después como presidente de la República, el que más hizo para que los etarras dejaran de ir de bares por Iparralde.

Pero existía otro absurdo con el que acabar. Era el de las herriko tabernas haciendo caja para financiar atentados. Como no era suficiente con la venta de kalimotxo, Herri Batasuna aportaba sus subvenciones electorales para sostener económicamente a los comandos terroristas. O sea, todos los españoles sufragando sus crímenes. El disparate finalizó en 2003 cuando el gobierno de Aznar instó la ilegalización del brazo político de ETA por el Tribunal Supremo.

Este es el panorama que se encontró Zapatero al ganar las elecciones en 2004. No seré yo el que desprecie el trabajo de sus gobiernos en la lucha contra ETA, pero atribuirse esta semana en exclusiva el mérito del final de la banda criminal en una entrevista en la Cadena Cope es una de las declaraciones políticas más mezquinas que hemos escuchado jamás. Y hay que reconocer que el nivel estaba muy alto en los últimos tiempos.

Zapatero aprovecha que el “cese definitivo de la lucha armada” se produjo siendo él presidente para deslizar un mensaje subliminal: “soy el hombre que derrotó a ETA”. Lo repitió tantas veces que Carlos Herrera le ofreció varias veces la posibilidad de matizar sus palabras. Sólo en una de ellas consiguió que Zapatero compartiera su triunfo con “la sociedad española”. Ni una puta palabra de reconocimiento al resto de fuerzas políticas que firmaron los pactos antiterroristas, ni a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, ni al ejército, ni a los servicios de inteligencia, ni a los jueces y fiscales que persiguieron a los bárbaros.

Zapatero inauguró un estilo de gobernar desde la trinchera ideológica que ha sido perfeccionado por Sánchez, su alumno aventajado. Es esta manera ruin y sectaria de concebir la política la que explica que un alto cargo del actual gobierno declare que Bildu ha hecho más por mejorar la vida de los españoles que los partidos a la derecha del PSOE. Lo peor no es escuchar esa salvajada, lo peor es el convencimiento de que es exactamente eso lo que piensa el sanchismo. El primer objetivo de las próximas elecciones generales debería ser desterrar esta forma tan innoble de entender la vida pública. Algo estamos haciendo mal cuando Otegi sonríe tanto en las entrevistas, como aquel matarife en San Juan de Luz.

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