Vaya por delante que no me gustan las corridas de toros, que en las poquísimas que he visto lo he pasado tan mal que hace tiempo que decidí no volver a ir, que salvo a José Tomás, por su proyección pública, no conozco a ninguno de los otros dos que ayer le echaron el cierre a La Monumental de Barcelona, pero de ahí a ver como la estupidez, la manipulación y la mentira toman la calle media un abismo. Entre los antitaurinos que decidieron manifestarse con sus pancartas y sus botellas de champán para celebrar el fin de los toros en Barcelona, había una que me llamó especialmente la atención. Decía así. “Yo no quiero subvencionar la tauromaquia”. Y yo me pregunto ¿quién subvenciona la tauromaquia? ¿No hay empresarios al frente de las plazas? ¿No se compran las entradas? ¿No va a parar un porcentaje de lo recaudado a la Administración, en forma de impuesto? ¿No hay trabajadores de a píe que se ganan la vida en este mundo? Negar la importancia de la tauromaquia es negar una parte esencial de nuestra cultura, pero, al fin y al cabo, qué importa una falsedad más en la historia de nuestro país, cuando estamos hartos de ver como desde hace años se ha inventado y se ha tergiversado, se han creado reinos de la nada y se han ninguneado a los que lo han sido, ante la pasividad de unos y otros. Y así nos va, porque quién no conoce la historia, o la manipula, está condenado a cometer los mismos errores una y otra vez.





