El concejal electo de Ahora Madrid (la misma formación que la alcaldesa Manuela Carmena) en el Ayuntamiento de Madrid, Guillermo Zapata, se ha visto obligado a dimitir solo 48 horas después de asumir el cargo de responsable de Cultura y Deportes del consistorio de la capital. Ha sido el modo de poner fin a la indignación en las redes sociales y a la consecuente tormenta mediática generada tras conocerse que hace varios años, concretamente en 2011, escribió en su perfil de Twitter varios mensajes antisemitas burlándose del holocausto, sobre Irene Villa (emblemática víctima del terrorismo) y también sobre el crimen de las “niñas de Alcasser”.
Aunque aquellos comentarios fueron hechos mucho antes de que Zapata entrase en política, la incorrección que desprenden le ha alcanzado de lleno por más que él haya pedido disculpas y argumentado que siempre le ha gustado el humor negro y cruel como expresión para reírse de los horrores cometidos por seres humanos.
Obviamente, cuando Guillermo Zapata los hizo no tenía ninguna responsabilidad política y estaba al margen de toda actividad pública, pero las sospechas y la inquietud generada en muchos ciudadanos sobre si persistían a día de hoy ciertos tintes racistas o xenófobos en la mentalidad del concejal, ha acabado por generar tal polémica que solo podía finiquitarse con su dimisión. Es lo que sucede cuando se entra a formar parte de la “casta política”, que hay que someterse al escrutinio público y rendir cuentas por todo, sea en el ámbito público o privado, sea en broma o en serio, sea de cosecha propia u original de otro usuario de Internet.
Hay otra lección que cabe sacar de este caso. No es el primer responsable político que cae liquidado por sus propios tuits. Hay mucha gente que cree que lo que escribe en las redes sociales no tiene ningún alcance y eso de ningún modo es así. Los jóvenes deben saber que en Internet, como hemos dicho en otras ocasiones, ni hay anonimato ni hay impunidad en actos y comentarios que pueden tener tintes de ilegalidad. Con los políticos todo es aún mucho más exigente y riguroso pues se presume un plus de ejemplaridad que la ciudadanía no duda en exigir, aún más a quienes han hecho bandera de un mayor y más elevado nivel de honestidad y corrección que el común de la clase política. Así pues, a Zapata no le quedaba más remedio que dimitir y su caso debe servir de ejemplo para otros que se conducen con ligereza en las redes sociales. Ningún tuit está muerte y puede acabar volviéndose en contra en cualquier momento.





