No acierto a comprender que los socialistas hayan barajado siquiera la fecha del 20 de noviembre para convocar las elecciones generales, ni los motivos que les han movido a optar por ella, salvo que quieran que en el futuro se conozca como el día en el que Zapatero, Rubalcaba y los suyos fueron enterrados en las urnas, gracias a su pésima gestión política. El 20-N es un símbolo de muerte, pero también un símbolo de cambio, porque propició el paso de una dictadura a una democracia, por mucho que ahora haya quien la quiera negar, porque abrió el camino a una nueva etapa, a una sociedad radicalmente diferente y eso es algo que los socialistas hoy no nos pueden ofrecer, porque por mucho que quieran “vender” una imagen distinta y renovada, todos sabemos que no es cierto, que quién ahora pretende ser el gran futuro de nuestro país ha estado cuatro años en el Gobierno y ha sido directamente responsable de la situación en la que nos encontramos. Por eso, si las elecciones al final se celebran en esa fecha, el 20-N, es más que probable que de nuevo sea un símbolo de muerte, una necrológica, pero también de renacimiento, de una nueva etapa que nos devuelva la esperanza.
