El cuco es un pajarraco cuya hembra desova en los nidos que otras pequeñas aves han construido, desalojando los huevos o incluso los polluelos de éstas, que luego criarán, sin saberlo, al hijo el cuco, un okupa rechoncho más grande que sus forzosos padres adoptivos. Todas estas cosas las aclaro porque, aunque todos los de mi generación veíamos Planeta Azul y El hombre y la Tierra, del inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente, y por tanto conocemos bien –al menos en teoría- las costumbres de la fauna ibérica, desde el alimoche al lirón careto, pasando por el martín pescador, las actuales generaciones, sin embargo, no saben nada de todo esto, porque los canales temáticos del demonio lo único que hacen es echar diez mil programas monotemáticos de tiburones y de caimanes de los manglares, como si pasados veinte minutos de hablar de un cocodrilo gilipollas hubiera algo más que añadir, salvo contarnos los zapatos en que se convertirá, cosa que hace otro tipo de programas igual de pelmas. Los canales temáticos son pesados a más no poder, y así nuestros jóvenes viven en la inopia respecto a la apasionante vida del cuco común.
Todo este rollazo que les he contado viene a cuento por la situación política que vivimos desde las elecciones andaluzas y, mucho más, desde las del pasado domingo.
En política también hay partidos-cuco, que no pegan un palo al agua, no construyen nido alguno, ni realizan ninguna propuesta concreta sobre cómo mejorar la vida del resto de los pájaros –nosotros-, sino que se limitan a parasitar en la vida de los demás, que debemos hacer lo que ellos nos dicen para ser dignos de su estima.
Los líderes de Podemos y en menor medida de Ciudadanos, partidos que han quedado muy lejos de sus ilusorias expectativas –aunque nadie niega que en algunas instituciones hayan obtenido un resultado notable-, se dedican, ante la imposibilidad de aplicar por sí mismos sus ignotas medidas políticas por no contar con mayorías, a recetar a diestro y siniestro lo que deben hacer las demás fuerzas, que curiosamente les han vencido en las urnas, el PP y el PSOE.
En el caso de Balears, donde no dudo que en lo personal existe buen rollo –Bauzá une mucho a la izquierda-, roza la desfachatez que, sin haber hecho ni una sola propuesta concreta en materia educativa, sanitaria o económica –salvo algunas descerebradas ocurrencias que haremos como si no las hubiéramos escuchado-, Podemos les recete todo el día al PSIB y a Més condiciones higiénicas para que éstos puedan gobernar, diciéndoles además quién puede o no puede ser el presidente o presidenta y dejando claro que si dicha presidencia la ostentan los socialistas, entonces las almas puras no entrarán en el gobierno, como si sus futuros socios –a los que desprecian- tuvieran la peste. Sin embargo, parece ser que si los socialistas forman parte del govern, pero no ostentan la presidencia, entonces son inocuos.
Desde luego, hace falta ser bobo para intentar llegar a un acuerdo con otro insultándole y llamándole corrupto a las primeras de cambio. Si a sus capitostes de Madrid –porque, eso sí, son más centralistas que Franco- no les gusta pactar con otros partidos de la izquierda porque creen que se van a contaminar y estropear su supuestamente incorrupta y angelical imagen pública, lo tienen fácil: a la oposición, y a hacer el indio hasta después de las generales, dejando que PSIB y Més conformen una mayoría minoritaria que pacte los asuntos importantes con grupos moderados como el PI, partido que, con acierto, ya ha denunciado públicamente la radicalidad de Podemos, o incluso con el PP, si es que los populares –actualmente en estado catatónico- terminan de ejecutar su catarsis.
Los podemitas nacieron para ser comisarios políticos, inspectores de hacienda o agentes de la STASI, pero de propuestas y aportaciones positivas a la política, cero patatero. Mucha demagogia de boquilla mientras los demás ejercen el noble oficio de la política y pagan dignamente en las urnas sus errores.
