A ver si lo tenemos claro. La ley prohíbe expresamente le entrada de bebidas embotelladas y su venta en los recintos deportivos ya sean públicos o privados e igualmente veta el dispendio de bebidas alcohólicas aunque en algunas comunidades permiten la ingestión de aquella cuya graduación es inferior a 20 grados, una concesión a vinos y cervezas sin especificar que el abuso de ambas produce los mismos efectos.
No he visto excesivo interés ni los debidos controles en los accesos de espectadores. Solo en los conciertos musicales los promotores registran bolsos y cestas para que el consumo se efectúe en el interior de sus cerramientos. En los campos de fútbol no solamente no se aprecia ningún celo, sino que en los llamados palcos vip y los propios antepalcos presidenciales los güisquis, gin tonics o cubatas corren por cuenta del anfitrión, pese a que ni unos ni otros se encuentran libres de exaltados.
En torno a determinadas pruebas y deportes, como el tenis o la vela, a menudo rodeados de un ambiente más o menos elitista, se construyen “villages” con servicios de distinta índole que incluyen los de bar, pero son instalaciones anexas a las pistas y las gradas donde, igualmente, se impide su acceso con artículos no autorizados y, por si fuera poco, la circulación de espectadores en tanto en cuanto no se termina cada juego, que no punto.
Trasladar esto al fútbol no es sino una fantasmada más del CEO del Mallorca, empeñado en ser el descubridor de América, la tierra de donde proceden sus dueños a los que el doctor Beltrán recordó que Fray Junípero Serra ya la había evangelizado antes. Eso sin contar que las normas de la Federación Española de Fútbol no contemplan la posibilidad de ubicar espectadores a pie de campo. Más obvio que lógico, por otra parte.
