Al final de la temporada 1987-88 el Mallorca descendió a segunda división al ser eliminado en la promoción por el Real Oviedo. Los carbayones habían ganado 2-1 en el partido de ida y en el de vuelta, disputado en el Lluis Sitjar, los anfitriones fueron incapaces de perforar una sola vez la meta adversaria y el definitivo empate a cero les condenó. La directiva de aquel entonces, presidida por Miquel Contestí, fue acusada de haber comprometido o vendido a los futbolistas más importantes, los cuales ya sabían que la temporada siguiente jugarían en otros equipos. Efectivamente, Orejuela, Bernal, Chano, Hassan, Luis García, Magdaleno y Paco Bonet, seguramente me dejo alguno, no iba a empeorar su carrera por aquella derrota.
No soy de los que creen que los profesionales del fútbol racanean. Cuando salen a competir dan todo lo que pueden más allá de que las cosas salgan mejor o peor, sin embargo su estado anímico depende muchos factores externos que influyen, a veces positivamente y otras al contrario, en su subconsciente. Olaizola todavía no ha logrado transmitir al grupo la confianza precisa para salir de las últimas posiciones de la clasificación. Hay quien por su juventud no ha vivido experiencias parecidas y también algún veterano al que le cuesta asimilar la precariedad y el agobio. Pero se da una circunstancia añadida que pone en peligro el balance terminal de la campaña y es que hasta trece jugadores de la plantilla finalizan sus contratos o, como cedidos, regresan a sus clubs de origen. Es decir, juegue en la categoría que juegue el equipo, ellos no estarán aquí. Para que se hagan una idea, nueve de ellos figuraban en la convocatoria del último partido, en Murcia, y cinco en la alineación inicial, además de dos que entraron más tarde. Total, siete.
Naturalmente el entrenador no tiene ninguna culpa de la pésima planificación urdida desde los despachos. Maheta Molango, toda.





