Desde una cierta distancia física o espacial, por ejemplo desde una colina, resulta también muy difícil poder distinguir entre las barriadas más antiguas o las más modernas de una ciudad, aunque sepamos que los cascos históricos suelen encontrarse casi siempre en el centro. En cambio, suelen distinguirse con mayor nitidez las avenidas centrales y las vías de circunvalación. Casi intuitivamente, solemos preguntarnos siempre a dónde deben de ir los vehículos que vemos circulando en esos momentos o qué deben de estar haciendo las personas que en esos instantes se encuentran en el interior de las viviendas o de los locales de esa ciudad.
Entre las miles de lucecitas nocturnas que podemos divisar cada día al anochecer en cualquier ciudad, se encuentran las luces de neón, aunque sólo las podamos distinguir cuando nos encontramos muy cerca de ellas, a tan sólo unos pocos metros. Las luces de neón siempre parecen invitarnos a entrar en los locales que las lucen en sus fachadas, que además de grandes establecimientos pueden ser también a veces una humilde hamburguesería o un pequeño café ubicados en el extrarradio.
No es difícil asociar esas luces de neón y esos pequeños cafés a determinados artistas bohemios que solían frecuentarlos a mediados del pasado siglo. O pensar en poetas y en escritores románticos que padecían insomnio y que hallaban refugio nocturno en algunos de esos locales. O pensar en anónimas parejas de enamorados que encontraban un pequeño espacio de intimidad en una mesita iluminada con una vela que quizás estaba casi a punto de apagarse.
Todo cambia, el mundo evoluciona, y a veces tenemos la sensación de que ya nada es igual a como era quizás ayer mismo, pero siempre habrá artistas bohemios, escritores románticos o enamorados tímidos buscando un poco de descanso, de inspiración o de calor en el interior de un pequeño café solitario y tranquilo iluminado externamente con luces de neón.





