Si Mark Zuckerberg sólo confía en lo digital y Jeff Bezos no hay más que uno, el cambio en la dirección de las dos mayores cabeceras generalistas no bastará para renovar el impulso perdido de la prensa tradicional. En contraste con el multimillonario desembolso de Facebook para adquirir el acceso a medio millardo de móviles geolocalizados, a través del más popular servicio de mensajería instantánea, la humilde compra del Washington Post por el propietario de Amazon es una infrecuente apuesta en favor del prestigio y la solvencia informativa de un soporte físico frente a la virtual proliferación digital. Un hecho excepcional si nos atenemos a las enormes dificultades económicas que atraviesa el negocio editorial, como consecuencia del desamparo institucional, las nuevas tecnologías o la mermada mancha publicitaria y cuyas primeras consecuencias en España no las han sufrido sus directivos, sino los más de diez mil profesionales de la noticia que en pocos años han acabado poniendo su firma sólo en la tarjeta de la infructuosa demanda de empleo.
El sincronizado relevo de Pedro J. Ramírez en la dirección de El Mundo y de Javier Moreno al frente de El País, responde más a la necesidad de implementar los ingresos y sanear los balances que a la supuesta ascendencia del gobierno sobre los respectivos administradores, hipótesis en la que se apoyan algunas teorías conspiratorias, auspiciadas por quienes le atribuyen al partido de Rajoy habilidades de las que siempre ha adolecido la derecha política.
Es cierto que algunos lectores del periódico de Prisa han mostrado su extrañeza por la generosa amabilidad con las que ahora se interpretan las acciones del ejecutivo conservador, frente a la mayor rudeza crítica a la que estaban acostumbrados. También se temía que la tensión con Moncloa y Zarzuela por algunas informaciones recientes no fueran favorables a los intereses societarios de Unedisa, pero estas alarmas no se hubieran concretado en destituciones si algunas temerarias inversiones se hubieran rentabilizado y las cuentas de resultados no estuvieran plagadas de números rojos.
Al margen de las diferentes personalidades en la cúpula de ambos medios, de algunos oscuros entresijos en la organización interna y de las previsibles reacciones individuales de sus predecesores, tanto Casimiro García Abadillo como Antonio Caño se enfrentan a algo más que a restaurar el ánimo de sus menguadas plantillas, afectadas por los expedientes de regulación de empleo y algunas suspicacias provocadas por declaraciones desafortunadas o mensajes confidenciales divulgados involuntariamente. En los próximos meses los nuevos directores, aunque veteranos, deberán abordar las estrategias que les garanticen la sostenibilidad empresarial y editorial, que pasarán por la definición de soportes estratégicos multimedia y de línea editorial, acciones promocionales o comerciales, adaptación a los nuevos entornos en comunicación social y sinergias en distribución e impresión. Lo que se plasmará, más pronto que tarde, en una redefinición del negocio y en una modificación del número de ediciones que se producen, con la consecuencia perversa que en primer término acarreará esta severa reconversión.
Un arriesgado pero imprescindible envite para garantizar el futuro de un sector contraído, pero esencial en democracia, que será seguido con cautela por la audiencia y muy atentamente por todos los trabajadores y algunos propietarios de los pocos periódicos impresos supervivientes, que luchan denodadamente para no tener que rendirse ante los poderes político y económico.