No voy a escribir sobre el recibo de la luz. Leo, en Mallorcadiario, una noticia que me deja atónito y patitieso: “la velocidad de la luz puede ser más lenta de lo pensado”.
Resulta que el físico James Franson, de la Universidad de Maryland, en Estados Unidos, ha escrito un artículo en una prestigiosa revista científica, en la que sugiere que la famosa velocidad de la luz –tal y como está descrita por la teoría de la relatividad- es más lenta de lo que se había pensado.
Y digo yo: “¡diantre, con la cantidad de tiempo que llevo yo vociferando esta afirmación a los cuatro vientos, sin que nadie me hiciera caso!”. No voy, ahora, a enumerar los criterios que utiliza el físico norteamericano para justificar dicha afirmación, porque ustedes no lo entenderían; pero el caso es que se veía venir de lejos.
Hace algunos años que observo la evidencia de que la luz va más lenta; diré más: mucho más lenta. Antaño, la luz poseía menos potencia pero su velocidad era superior a la actual. No hay más que fijarse en que hoy en día, al darle a un interruptor, las bombillas tardan un montón en proporcionar la luz adecuada. Me dirán ustedes que este fenómeno es causado por el cambio de las nuevas bombillas, esas raras que –con formas extravagantes y casi psicodélicas- denominan de “largo recorrido” o “bajo consumo”, o algo así. Mentira: no es un problema de bombillas; es que, simplemente, a la luz le cuesta más llegar, va más despacio.
¿No han notado ustedes que, al amanecer, tarda más en hacerse de día y que, proporcionalmente, al anochecer, también se retrasa la disminución de la luz, hasta que oscurece? Es de cajón. La teoría de la relatividad, como su nombre indica, es relativa y, hasta ahora, todo el mundo ha creído a pies juntillas todo en lo que ella se postulaba; como si se tratara de la constitución española.
Y no es que la luz circule más lenta; lo que pasa es que antes iba más rápida: un servidor siempre sostuvo, contra viento y marea, que la luz iba demasiado deprisa. No era de recibo aquella velocidad tan exagerada. Dice Franson que la luz se ralentiza a medida que viaja por el vacío polarizado y que esto se debe a los fotones y a los positrones. ¡Y un carajo! La luz avanza más despacio porque en el mundo hay demasiadas neveras, lavavajillas, ordenadores y televisores enchufados y, claro, no puede con todo.
¡Tanto estudio para acabar con perogrulladas!