Maduro y la madre del Congreso

Nicolás Maduro Moros, de profesión conductor de autobús y guardaespaldas, expulsado del liceo en el que cursaba enseñanza secundaria, militante socialista desde los 12 años, es el personaje que rige los destinos de Venezuela desde el fallecimiento del golpista Chávez en 2013.

Lo hace, además, con un programa político 2013-2019 denominado, como no, Patria, cuyos puntos principales incluyen ”continuar construyendo el Socialismo Bolivariano (pobre Bolívar) del siglo XXI en Venezuela, como alternativa al modelo salvaje del capitalismo y con ello asegurar la “mayor suma de seguridad social, mayor suma de estabilidad política y la mayor suma de felicidad” y convertir a Venezuela en un país potencia en lo social, lo económico y lo político.” Hombre, estabilidad, lo que se dice estabilidad, no es que haya logrado mucha y lo de la felicidad, que se lo pregunten a los venezolanos.

Luego, Maduro se nos pone esotérico –no en vano es seguidor del gurú indio Sai Baba, que confesaba ser la encarnación de Dios- y propone medidas en su programa para “lograr el equilibrio del universo y garantizar la paz planetaria” o  “la salvación de la especie humana.”

Ignoro si, además de ser un ignorante y un hortera de reconocido prestigio, don Nicolás fuma sustancias psicotrópicas. Quizás no le haga falta, pues ya de suyo ve pajaritos que le hablan. Y no son loros.

Pero, además de hacer payasadas disfrazado con un chándal que ni el más quillaco o cani de Son Banya se endosaría para ir a comer al Burriquín, Maduro es un personaje siniestro, sin pizca de gracia (salvo para nuestros compatriotas de Podemos), que tiene machacada, envilecida y en la miseria a toda una nación inmensamente rica en recursos naturales y que, no obstante, se ha empobrecido a ritmo trepidante en los últimos dieciocho años.

Pues bien, este elemento, además de un dictadorzuelo de tres al cuarto –bendecido en las urnas, eso sí, como Hitler en 1933- utiliza la fuerza del estado para librarse de sus valerosos opositores, a quienes encarcela bajo acusaciones que me recuerdan aquello de la “rebelión militar” que Franco achacaba a los republicanos represaliados para cepillárselos, previo consejo de guerra sumarísimo.

Tiene bemoles que quien se declara sucesor de un militar golpista pretenda dar lecciones de democracia a ningún representante de nuestro régimen parlamentario que, por una vez, tuvo la dignidad esta semana que exigir la liberación de los disidentes venezolanos.

Por eso me duele especialmente que Joan Tardà, representante en el congreso de ERC, partido independentista que acostumbra a ser coherente con los principios democráticos y los derechos humanos, votara en contra de la declaración institucional y aprovechara para intentar sacar rédito político de su postura. Que lo haga Bildu o Izquierda Unida tiene su lógica, al fin y al cabo el chófer es de los suyos.

La respuesta de don Nicolás, a través del amenísimo programa de televisión En contacto con Maduro (ni Franco), fue que las Cortes españolas se metieran con su madre –con la de las Cortes, no con la de Maduro- y que los españoles somos racistas, estamos gobernados por un rajado y por élites “corrompidas y corruptas” (que alguien me explique la diferencia). Hombre, algún punto hasta lo podría discutir, pero no, desde luego, con el jefe de la banda de atracadores que gobierna sanguinariamente el país más corrupto de América.

Siguieron las bravuconadas de rigor y las amenazas de aplicar medidas “integrales” contra España.

No sé si Maduro se da cuenta de que, con ello, pudiera estar poniendo en riesgo el equilibrio del universo y la paz planetaria, o tal vez la salvación de la especie humana. Y eso sí que no.

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