Steve Nash se irá de Mallorca mañana o pasado sin haber explicado una sola coma más de lo que no han contado sus socios Kohlberg y Sarver. Todos se han aprendido la misma lección y reducen el misterio a un lacónico “no hay prisa por ascender y las cosas se están haciendo bien”. La primera parte de la afirmación no se la creen ni ellos, dado el estado de su tesorería, y la segunda no aclara a qué cosas exactamente se refiere porque, desde luego, no es lo que trasciende ni en la esfera estrictamente deportiva, social o económica y administrativa. O les engañan o se dejan engañar, posibilidad poco consistente en base al perfil de los accionistas americanos de referencia.
Que Maheta Molango no pasa de aprendiz y que cursa su noviciado en el Mallorca ya lo hemos escrito y demostrado antes. El sistema de primas que asegura haber inventado tiene más de ingenuo que de eficaz. Puede que funcione en la NBA, pero desde luego no creo que haya gustado mucho a los futbolistas de la primera plantilla en cuyo vestuario ha habido más perplejidad que acatamiento. Porque ¿quién decide las distinciones entre jugadores que marcan diferencias, los que son importantes, los del montón y aquellos que prometen proyección?, ¿el consejero delegado, el director deportivo, el entrenador o los tres juntos?. Y si hay discrepancias, ¿quién decide?. Y, sobre todo, ¿quién asume la responsabilidad ante los futbolistas?. No hay mejor modo de destruir una plantilla que hacer distinciones, sobre todo si están en juego los intereses particulares de cada uno.
A diferencia de lo que cree Nash o asegura pensar, que no necesariamente es lo mismo, personas que han vivido dentro del club desde el desembarco, aseguran que la gestión empeora de largo la de Utz Claassen, que ya es decir, y añaden que mientras manden los que mandan, la primera división es más que un sueño, una quimera.