Pasó el tiempo. Una década después, tras acabar sus estudios de enseñanza secundaria, mi madre pudo estudiar Bellas Artes durante un tiempo, a pesar de la penuria económica que había en aquellos años. Recuerdo que en nuestra antigua casa familiar palmesana de la calle Ballester había varios cuadros suyos. El más antiguo, un paisaje, era de 1947. Había también en aquel piso varios bodegones, algún cuadro religioso y una réplica del lienzo «Las hilanderas» de Velázquez. A mí me gustaban todos.
Por diversas circunstancias familiares, mi madre no pudo seguir desarrollando aquella vocación artística iniciada en su juventud. Siguió pasando el tiempo. En los años cincuenta, todavía soltera, trabajó durante un tiempo como dependienta en una tienda de la calle Conquistador de Palma, que se llamaba Borneo. Siempre nos decía que fue muy feliz trabajando en dicho comercio, pero tuvo que dejar ese empleo igualmente por circunstancias familiares.
Dos décadas después, ya casada y con tres hijos, quiso contribuir a la mejora de la economía familiar, que era extremadamente precaria a principios de los años setenta. Su ilusión era que pudiéramos estudiar en un colegio concertado. Para que ello fuera finalmente posible, durante varios años trabajó en casa decorando pequeñas carteras de piel y también castañuelas de madera que se vendían luego en las tiendas de souvenirs. La labor de mi madre consistía en poner color y en pintar los trajes de los dos bailarines que estaban ya previamente perfilados en cada una de esas carteras o de esas castañuelas.
Recuerdo que casi todas las tardes de mi infancia, cuando Gaspar, Joan y yo regresábamos del colegio, mi madre estaba trabajando en el pequeño cuarto que habíamos habilitado en casa para que ella pudiera pintar todos aquellos souvenirs con una mayor tranquilidad. En ese cuarto pasó mi madre cientos y cientos de horas, dejando escapar poco a poco muchos de sus mejores años y de sus mejores sueños. Algunos años después, nuestra situación económica mejoró un poco, por lo que mi madre pudo dejar ya de trabajar, para empezar a vivir entonces una vida más agradable y más tranquila. Nuestra biografía y nuestra intrahistoria familiar eran, en ese sentido, muy parecidas a las de otras miles de familias españolas de la misma generación.
Desde que empecé a trabajar como periodista, hace ya casi veinte años, mi madre fue una de mis más grandes fans ya desde el principio, sobre todo de las columnas que escribía en el diario «Última Hora» bajo el epígrafe de 'Los duendes'. En no pocos de esos artículos mi madre fue, además, la principal protagonista. Ese era mi especial modo de agradecerle todo su esfuerzo, toda su dedicación y todo su amor hacia nosotros a lo largo de su vida, una vida que se apagó, de manera súbita e inesperada, el pasado miércoles.





