Hay muchos tipos de cobardes. Pero hoy me centraré en los que opinan sin dar la cara. Decir lo que uno piensa es tan noble como arriesgado. Opinar, comunicar o como se le quiera llamar implica recibir, normalmente, una respuesta que en muchos casos puede venir en forma de crítica. Ya sea una constructiva o bien una dañina. La cuestión es saber encajarla y darle la importancia adecuada.
Sin embargo tengo una cosa muy clara. En lo que a mí respecta, sólo acepto las críticas que vienen con nombre y apellido. Criticar, opinar, insultar y un largo etcétera es muy fácil desde el anonimato. Más que fácil es de cobardes.
Lo vemos cada día en los comentarios que acompañan las noticias de los diarios digitales. Como ustedes sabrán, para poder opinar en uno de esos medios de comunicación se debe poner un nombre y un email. Sin embargo, nadie suele utilizar sus verdaderos datos. Es más, me atrevo a afirmar que el 99% de los que opinan no se atreven a dar ni su nombre de pila. ¡Así cualquiera!
A lo largo de mi carrera he recibido muchas críticas, de las buenas y de las malas y, por supuesto, he visto como compañeros de opinión caían por el precipicio de la imagen víctimas de insultos y vejaciones en forma de comentario o post. Lo cierto es que es muy duro pasar por ello pero, como dice el refrán, no ofende quien quiere sino quien puede.
Uno de los casos que más ha llamado mi atención durante estos años fue el vivido con el cierre de Orizonia. ¿Se acuerdan? Fueron cientos las informaciones publicadas esos días. Una de ellas la de que la empresa Barceló compraba la empresa que, finalmente, cerró sus puertas. Una noticia que generó muchos, muchísimos comentarios públicos entre los empleados.
Entiendo perfectamente el desasosiego de los trabajadores que, durante días, no supieron qué iba a ser de su futuro… Pero eso no justifica nunca el insulto.. Y hubo muchos.
Ese tipo de comentarios, donde se insulta, se ataca a personas concretas, se sacan a relucir datos personales de compañeros y muchas otras barbaridades, no es opinar sobre la noticia publicada… eso, sobre todo si se hace sin dar nombres y apellidos, es un auténtico acto de cobardía.
Y es que para opinar como toca, señores míos, hace falta dos cosas: Uno, haber pensado previamente muy bien lo que se va a decir. Y dos, tener un par de huevos (perdonen la expresión).
Que quede claro que todo el mundo puede opinar. Viva la libertad de expresión pero, eso sí… dando la cara y manteniendo las formas.
Desde aquí, con mi nombre y mi apellido por delante, mi pequeño homenaje a todos los periodistas, columnistas y ciudadanos en general que escriben en medios de comunicación, blogs, redes sociales y similares anteponiendo su firma (y en muchos casos su foto) y corriendo el riesgo de que lo que uno diga puede no gustar y con ello recibir críticas duras. Es un riesgo que muchos corremos todos los días. Pero dar la cara es lo que tiene. Que te la pueden partir.
Quien tras leer esta columna quiera ponerme un comentario le rogaría lo hiciera con su verdadero nombre. Y si alguien se siente ofendido por lo aquí escrito sólo le digo una cosa: ¡Quien se pica, ajos come!