Ni Nadia ni nadie más

Esta semana en los informativos territoriales y nacionales se ha seguido muy de cerca el caso de Nadia Nerea, la niña que sufre una enfermedad con la cual su padre se ha lucrado, y por esta razón y de momento sigue en prisión preventiva. Pero además, han salido a la luz unas fotografías que muestran a la pequeña desnuda y en actitud poco decorosa ante la mirada ajena, aunque parece que ante la de sus padres es totalmente sana y natural. Mientras se esclarecen los hechos y la investigación sigue su curso, Nadia vive con su tía. Aunque sus progenitores sean únicamente presuntos culpables, la menor es la perjudicada en todos los sentidos.

Otra noticia infame ocurrida en Valencia, es la agresión con arma blanca por parte de un padre que ha causado a su propia hija de apenas dos años, heridas graves en tórax y espalda. Desgraciadamente, estos hechos se suceden con demasiada frecuencia y la sociedad debe reaccionar ante tales aberraciones y no dejarlas pasar de largo porque ya nos hemos acostumbrado a titulares sobre malos tratos, violencia de género, acoso escolar… y lo vamos aceptando como algo más que ocurre hasta que nos toca de cerca o acierta la flecha en el centro de la diana. ¿En qué nos hemos convertido? ¿Hasta dónde llegará esta barbarie?

La edad infantil es la etapa de la vida donde el niño asienta sus pilares y se va construyendo interiormente. Aprende de la mímesis, copia y repite todo lo que ve y oye que hacen sus padres, incluso la lengua que le hablan. Por tanto, al convertirse en adulto, repetirá los patrones que su mente y su corazón han absorbido desde temprana edad y si los modelos a seguir se tratan de seres desnaturalizados, se convertirá en uno más de ellos. Una persona adulta y madura me confesó que asistía asiduamente a reuniones de alcohólicos anónimos, ya que fue la única herencia que recibió de su padre.

La inocencia de un niño, su ternura, no puede ser arrebatada a fuerza de golpes, insultos y vejaciones. Necesitan amor, atención, protección, seguridad, educación, juegos... No todas las madres ni todos los padres por el mero hecho de engendrarlos se convierten en verdaderos progenitores. Solo por nacer ya deberían ser felices, pero la vida les pondrá a prueba. ¡Ojalá que el sueño de que estos viles actos no se sucedan se convierta en realidad! A la intervención de Segismundo -en el momento que se descubre con una cadena y la luz, vestido de pieles- en la obra La vida es sueño, me remito:

“¡Ay, mísero de mí, y ay, infelice! / Apurar, cielos, pretendo, / ya que me tratáis así / qué delito cometí / contra vosotros, naciendo; / aunque si nací, ya entiendo / qué delito he cometido: / bastante causa ha tenido / vuestra justicia y rigor, / pues el delito mayor / del hombre es haber nacido.”

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