Leo que el Palau de Son Moix ha cumplido cuarenta abriles desde su inauguración y si no me equivoco dos a partir de su reconstrucción tras los efectos del devastador temporal del 2007 que casi lo destruye en su totalidad. Los responsables del Institut Municipal de l’Esport, con Susana Moll a la cabeza, han tenido la decencia de respetar le fecha y no aguardar un par de años más para celebrar una efemérides pre electoral, pero sin embargo han cometido otros errores de bulto al no aprovechar la ocasión para reconocer públicamente que, salvo honrosas excepciones, la esforzada labor de los funcionarios ha superado con creces a la de los gestores políticos, también excepcionalmente.
No obstante los homenajes se han quedado cortos, pues detrás del ingente trabajo que contra viento y marea desarrollaron Joan Ordinas o Angel Sastre –más otros que no han cumplido cuatro décadas pero comparten méritos, José Luis Berbel por ejemplo- , no debieron ser ignorados seguramente por cuestiones de afiliación ni Pep Payeras, el teniente de alcalde que dedicó muchas horas a su edificación, ni Fernando Gilet, impulsor de una remodelación que se había estancado escandalosamente. Junto a ellos tampoco se debió dejar de lado a más de un presidente de federación, como Enrique Granados, que lucharon para que Palma ofreciera a sus ciudadanos un servicio de primer orden y no un pabellón para conciertos de rock mediocre.
Si en el IME tuvieran aprecio por la historia, hubieran convocado a algunos colegas que, de la misma manera que no creyeron, ni creí, en el Palma Arena, influyeron en la opinión pública para apoyar el proyecto. Tomás Monserrat, implicado junto a La Caixa para escenificar allí el fin de fiesta de la Diada Ciclista de Sant Sebastiá, Bartomeu Garcías, empeñado en que Ciutat contara con una cancha de baloncesto capaz de motivar y albergar en algún momento partidos de la ACB o Tomeu Maura, algo más tarde, auténtico pionero del seguimiento del entonces incipiente fútbol sala. Sin ellos es posible que la pista del polideportivo no hubiera pasado de acoger pachangas de futbito.
En fin una oportunidad perdida para que la celebración fuera más brillante, justa y motivo de orgullo para una amplia mayoría, en lugar de un evento más bien descafeinado y desapercibido.





