La sexta ola de la pandemia ya está aquí, entre nosotros. De momento, está teniendo un crecimiento menos abrupto que las anteriores y los cuadros clínicos son más leves, con un porcentaje inferior de personas que ingresan en los hospitales y en las unidades de cuidados intensivos.
Ello se debe, como ya vienen explicando los expertos desde hace semanas, al hecho de se infectan personas vacunadas o personas no vacunadas que son, en conjunto, más jóvenes. Tanto la vacuna como la menor edad implican un riesgo inferior de enfermedad grave. En cualquier caso, hay que remarcar que la mayoría de los pacientes que ingresan en los hospitales y, sobre todo, los que ingresan en cuidados intensivos, son personas no vacunadas, lo que no hace sino corroborar la utilidad de la vacunación y el sinsentido de la negativa a la misma.
La menor virulencia de casos graves y muertes de esta sexta oleada, sin embargo, no debe movernos en absoluto a ningún tipo de optimismo. El impacto sobre la atención primaria va a ser, ya está siendo, muy importante y, por tanto, se volverá a desatender a gran parte de los programas de diagnóstico y control de enfermedades crónicas, con un grave impacto sobre la salud individual y colectiva de la población y sobre los profesionales sanitarios, que sin haberse recuperado aún del estrés de los últimos casi dos años, entrarán en un tercer año de sobrecarga asistencial que tendrá serias consecuencias sobre su estado físico y, sobre todo, mental, lo que redundará en bajas laborales y empeorará aun más la atención a los pacientes y la sobrecarga del resto de trabajadores de la sanidad.
Y según evolucione el número y la gravedad de los nuevos casos, acabará de modo inexorable repercutiendo también en los ingresos hospitalarios, con lo que volveremos a correr el riesgo de saturación de los hospitales y el consiguiente retraso en intervenciones quirúrgicas y procedimientos diagnósticos no esenciales o urgentes, lo que, a su vez, redundará en un mayor deterioro de la salud colectiva, un incremento de la morbilidad y la mortalidad y una disminución de la expectativa de vida.
Por si fuera poco, la aparición de una nueva variante del virus en el sur del continente africano, la denominada ómicron, de la que sabemos que acumula toda una serie de mutaciones en la región de la espícula, que es la zona con la que el virus se fija a las células humanas. Aun no sabemos con exactitud las consecuencias, pero sí que se ha extendido con mucha rapidez por Sudáfrica, suplantando a la variante delta, mayoritaria hasta ahora, y también que podría reducir la eficacia de las vacunas actuales, aunque este aspecto está aun por dilucidar. En cualquier caso, su aparición y emergencia es una prueba de lo que los expertos llevan mucho tiempo explicando: que cuanto más circule el virus, más posibilidades de que mute y aparezcan nuevas variantes más contagiosas, virulentas y, quizás, que escapen a la protección de las vacunas actuales. Y si hay zonas del planeta, como África, con niveles muy bajos de vacunación, se convierten en reservorios donde el virus se puede extender y mutar.
Pero es que todo esto que está pasando nos lo merecemos. A nivel local, porque hay aun demasiados insensatos, o estúpidos, o ambas cosas, amén de insolidarios, que se no se han vacunado y siguen negándose a vacunarse, con lo que se convierten en candidatos a infectarse y diseminar el virus. Y, además, en las últimas semanas hemos adoptado un estilo de vida como si la pandemia ya hubiera acabado y nos hemos comportado de una manera inconsciente e imprudente, abandonando las precauciones básicas, mascarilla, distancia e higiene, lo que, sin duda, está favoreciendo el incremento de casos. Basta ver las imágenes del pasado 'Dijous bo', en Inca, que es solo un ejemplo de muchos que se podrían traer a colación, para entender el rebrote de la epidemia.
Y a nivel global, también los expertos han venido advirtiendo de que mientras no se vacune a toda la población mundial, no se conseguirá contener la pandemia, puesto que, como ya se ha expuesto, la ausencia de vacunación en una zona determinada favorece la diseminación y mutación del virus y la aparición de nuevas variantes, de las que algunas serán más infecciosas, más virulentas e, incluso, escaparán a las vacunas. En ese sentido, que en toda el África subsahariana no haya más allá del 6 % de población vacunada es una bomba de tiempo que pone en peligro a todo el planeta.
Pero también es algo que nos merecemos. Los países desarrollados deberíamos haber contribuido, por medio de la Organización Mundial de la Salud, a la vacunación masiva en todos los países subdesarrollados y en vías de desarrollo, aportando para ello los recursos económicos y logísticos necesarios.
Y ahora, cuando deberíamos empezar a implementar planes para suministrar recursos a la OMS para una acción internacional urgente de vacunación masiva a nivel mundial, estamos, en cambio, reaccionando cerrando nuestros aeropuertos a los vuelos procedentes de los países del sur de África, medida absolutamente inútil, puesto que la variante ómicron ya está en Europa, profundamente racista y discriminatoria, y que es expresión de la idiocia intrínseca de gran parte de nuestros gobernantes y de la xenofobia latente en lo más hondo de nuestra sociedad.