La izquierda española es una consumada especialista en manipular a los muertos. Lleva desde que apareció Zapatero intentando rematar a Franco, hoy cincuenta años después de que muriera de viejo en la cama. Lleva ya bastantes décadas arrojando contra la oposición la memoria de la guerra, los huesos del dictador, el desastre del Prestige, las víctimas del 11-M, los muertos de la pandemia, los ahogados por la Dana o los fallecidos en las residencias. Igual que llaman “homicida” en el parlamento a Mazón semanas después de presentar su dimisión. Quienes abandonaron miserablemente a las víctimas (“si necesitan ayuda, que la pidan”), y toda oposición a la dictadura en manos del viejo Partido Comunista, se muestran hoy muy valientes lanzando a la cara de sus rivales cadáveres diversos. Siempre se les ha dado mejor utilizar a los muertos que gobernar a los vivos.
Llevan noventa años intentando mediante la propaganda ganar una guerra civil que perdieron en el campo de batalla. Y también falseando, a través de un infame revisionismo histórico -promulgando Leyes pactadas con los asesinos de Bildu para incluir fechas que a éstos les interesaban- la historia de una República que nació con buenas intenciones, pero fracasó de forma estrepitosa por su intransigencia en excluir de ella a toda la oposición.
Llevan desde la derrota de Aznar inventando un “relato” infantilizado y demonizando la existencia de cualquier alternativa, cuando la esencia de toda democracia -y el final de toda dictadura- deberían suponer una pacífica y deseada alternancia política. Llaman “ultraderecha” a todos los que no comulgan con el credo socialista, cuando nunca han considerado que sus variopintos socios de Gobierno -que aspiran, sin ningún rubor, a destruir España- sean herederos de una “ultraizquierda” atroz, ese fracasado comunismo que dejó en el siglo XX cien millones de muertos.
Llevan desde el primer Gobierno de Sánchez eludiendo cualquier responsabilidad, colonizando todas las instituciones del Estado, falseando todas las estadísticas, inventando una inexistente prosperidad económica y engañando miserablemente a una población que, de forma sorprendente, aun les mantiene un suelo electoral cercano al 25% y a cien diputados en el Congreso.
Hemos visto cómo el tipo que defendió en el Congreso la moción de censura contra Rajoy, fundamentada en la lucha contra la corrupción y la “regeneración” democrática, ha entrado en Soto del Real junto al polifacético chófer de la “banda del Peugeot”. De cuatro individuos que recorrieron España en el utilitario más conocido de la última década, tres han dormido ya en el confortable “Hotel Barrotes”. Hoy el famoso Peugeot parece estar dedicado al traslado de presos. Encarcelados Cerdán, Ábalos y Koldo, condenado hace días el fiscal general, y pidiendo permiso para aterrizar David, Begoña y tal vez próximamente Torres y Armengol, toca comprar palomitas esperando al “número 1”.
Visto este grandioso espectáculo de “superioridad moral de la izquierda”, solo nos queda pedirles que dejen a Franco en paz. Que muchos españoles que no pueden acceder a una vivienda ni llenar la cesta de la compra no tienen interés en su arcaica figura. Que dejen de manipular una historia cuya verdad explica sus reiterados fracasos. Y, especialmente, apartando cortinas de humo para camuflar que antes de la moción de censura contra Rajoy pactaban su investidura con terroristas y que, pocos días después, organizaron sus asquerosas mordidas desde la cúpula del PSOE, que dejen ya de mentirnos y robar a manos llenas.
Por muchos estúpidos y paniaguados a los que engañen, nunca ganarán la guerra civil ni matarán a Franco. Basta de manipular a los muertos para aferrarse al poder y llenarse la faltriquera.





