opinión | llegada de ilegales a baleares

Carne de patera

Cuatro pateras en lo que va de año no parece que sea cantidad tan alarmante en el contexto de la población sin papeles que soportan estas islas tan atractivas para la miseria africana. Pero sí es más que alarmante para quienes se echan a la mar en esas condiciones, para quienes tienen que atravesar ciento y pico de millas en condiciones de ruleta rusa. Sabemos las embarcaciones que han llegado, pero no sabemos si alguna se ha quedado en medio del Mediterráneo, ese mar de la esperanza al que le gusta la carne de patera. Que los radares de vigilancia no detecten la mitad de las embarcaciones tampoco es significativo porque los traficantes de desesperados siempre irán por delante de los limitados adelantos técnicos de vigilancia y detección. Además, los sin papeles recién llegados son fácilmente detectables en tierra. Los cogen a todos. Por su indumentaria, por su deambular sin rumbo fijo, por su miedo. Quizá no merezca la pena mantener el sistema, porque las medidas hay que tomarlas en el punto de origen y no en el de llegada. Cuatro pateras en lo que va de año, y todos sus ocupantes detenidos, no parece que se pueda hablar de una ruta alternativa al paso del Estrecho y a las preferencias de recalar en el sur, sureste peninsular y Canarias. La ruta balear parece cosa de probar a ver qué pasa, que en teoría es una zona más relajada en asunto de vigilancia. Pero tienen los sin papeles el hándicap de que en una isla siempre es más difícil esconderse y pasar desapercibidos. No suelen tener pinta de turistas los miserables de patera. El gran problema para ellos es que, aunque sean pocos, no se les puede acoger. La generosidad sería una señal de bandera verde para caravanas de pateras.

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