OPINIÓN | El transporte público en Palma (I)

Palma: discurso pro-bici, pero políticas anti transporte público

El carril bici de las Avenidas, que está levantando una polémica tremenda, me parece un ejemplo fantástico de cómo no abordar las cuestiones que sí mejorarían la movilidad y la calidad de vida en Palma pero, en su lugar, acudir a elementos simbólicos, poderosos y crispadores, capaces de generar simpatías y odios, mientras se ignora el fondo de la cuestión. Efectivamente, la bicicleta es un modo de transporte que puede tener utilidad en Palma y que ha sido erróneamente ignorada desde siempre. Pero, a mi entender, es una cuestión que, por mucho que levante pasiones, tiene menos importancia -aunque mucho más simbolismo- que el transporte público o que la aplicación de restricciones al uso del coche, cuestiones estas que nadie se atreve a abordar con rigor. Vamos por partes. Primero: el tema del transporte público, base para que se pueda actuar con seriedad en favor de la bicicleta, del peatón, y limitando el uso del coche, promoviendo una ciudad más acogedora. La semana que viene explicaré mi visión de la movilidad en esta ciudad que, en realidad, como lo que sigue, también es una copia de lo que he visto por ahí fuera. Aquí y hoy, la única alternativa cuantitativamente seria para el uso del coche en Palma es el autobús. No es que sea incompatible, pero más urgente que pensar en tranvías o en metros, es que el bus  funcione correctamente. Para ello hay que gestionar, lo cual está en las antípodas de lo son capaces de hacer nuestras instituciones públicas, atascadas entre la burocracia, el sindicalismo, el electoralismo y las intromisiones políticas. En Palma, afortunadamente, no habría que inventar nada, sólo hacer lo mismo que en las ciudades europeas donde las cosas funcionan mejor y que van varios años por delante. Las medidas a adoptar tendrían que abordar dos tipos de problemas: por un lado lo que afecta a la calidad del servicio propiamente dicho y, por otro, la cuestión tarifaria. Vamos con el servicio. Primero, como acaba de indicar un estudio de fluidez en el tráfico en Palma, hay que acelerar la velocidad de circulación de los buses, lo cual únicamente se conseguirá mediante la creación de muchos más kilómetros carriles exclusivos que sean respetados. Ser respetados significa cámaras que fotografíen y sancionen a los infractores. Uno entiende mejor lo cívicos que son los alemanes o los británicos cuando le explican el doloroso importe de las multas por obstaculizar el carril bus, y que son ineludibles. En Mallorca, en cambio, pese al generoso palabrarío al uso, no hacemos prácticamente nada. Segundo, mejorar las paradas: hay muchas líneas en las que el bus para entre coches o en zonas sin aceras o, frecuentemente, también sin un refugio para la lluvia; los carteles que ahora sí existen suelen estar arrancados o descuidados. Podríamos aquí sugerir también la necesidad de usar las posibilidades de la señalética del bus, para evitar el espectáculo de que el bus que pone Son Roca en realidad esté alejándose de ese barrio. Tercero, y esto, conjuntamente con lo siguiente, es decisivo: debería existir una política de frecuencias de paso clara. Esto implica optar por pocas líneas muy frecuentes. En el caso de Son Espases, por ejemplo, por allí pasan seis líneas diferentes, alguna de ellas cada media hora: lo ideal es menos líneas más frecuentes. Cuarto, no tiene sentido que líneas como la de Es Pil·larí, Sa Garriga, Son Banya, Son Espanyol vayan hasta el centro y no sean enlaces con otros servicios troncales, gracias a una política de trasbordos. Esta situación demuestra una grave ignorancia de cómo se organiza el transporte en una ciudad. Quinto, cumplir horarios. La alta sindicalización de la EMT y el pánico de los políticos a tener conflictos laborales hace que los horarios no se respeten, lo cual es el mayor desincentivo al transporte público: basta que uno llegue al trabajo un día tarde porque el bus no pasó, para que el servicio se desprestigie. Yo he llegado a ver cómo un autobús lleno de pasajeros paraba para que el conductor fuera a comprar tabaco a un estanco. Todo el mundo tiene experiencias personales frustrantes que casi siempre acaban en un regreso al uso del coche. Sexto, desde hace décadas se denuncia que todas las líneas de Palma son radiales, sin que nadie lo haya corregido. Séptimo, hay que fomentar, explicar e incentivar el trasbordo. Hoy ni se señaliza, ni se informa, ni se estimula con frecuencias altas, ni es posible tarifariamente con el Metro o con los buses interurbanos. El trasbordo existe, pero casi no le consta a nuestros gestores. Después está la cuestión tarifaria, fácil de resolver pero que, nuevamente, demuestra que aquí más que promover una ciudad que no use el coche, nos hemos limitado a hacer gestos. Hace unos años, cuando se introdujo la tarjeta ciudadana, se produjo un avance importante en este tema, tras varios años en la prehistoria. Pero aún nos falta: en muchas ciudades del mundo, sólo se puede comprar un billete para todo el día, el cual es obviamente más caro que un billete simple, pero tiene la ventaja de que incentiva el uso del transporte público; en infinidad de casos, el billete de bus se combina con los aparcamientos disuasorios en la periferia; en otros casos con la entrada a museos. En varias ciudades turísticas como Oporto, Berlín, París o Lisboa, sin ir más lejos, existen billetes de tres días, que incorporan accesos a museos y similares. ¿Será que Palma no es una ciudad turística? ¿Qué impide que por cinco euros adicionales, el viajero que baja de Manacor, Alcúdia o Andratx, tenga acceso a todos los buses de la EMT durante todo un día? ¿Por qué no podemos comprar un billete de bus para un día, que incluya el alquiler de la bici en Palma? Es más que evidente que aquí hemos hablado tanto como lo que hemos dejado de hacer. Si el bus no funciona de forma fiable, moderna y eficaz, si no hay incentivos en las tarifas, difícilmente vamos a desincentivar seriamente el uso del coche. Digámoslo claro: si hay más viajeros en la EMT es porque ha habido mucha inmigración que aún no ha podido acceder al coche. Pero, la verdad, parece más rentable cambiar una gestión cuidada por un poco de ruido en un tema como el carril bici, necesario pero inevitablemente minoritario y marginal, que resolver el verdadero problema.

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