Mantiene Carlos Moyà que no tuvo instinto asesino. En tenis, tener instinto asesino es una metáfora, porque no se conoce que algún tenista haya lanzado pelotas incendiarias a su rival ni le haya partido una raqueta en la cabeza. Es muy fino el tenis y tiene una red por medio. En el circuito de Fórmula 1 o en las pitas de MotoGP, tener instinto asesino no es una imagen de poesía desgarradora, es un peligro potencial, una amenaza para las clavículas y los tobillos. Esta temporada se tiene en el punto de mira a Marco Simoncelli porque la lía un premio sí y otro también, dejando damnificados y tullidos en su alocado camino. El otro día, el piloto italiano, que recuerda al Valentino agresivo de los primeros tiempos, provocó sin quererlo la caída de Jorge Lorenzo, quien no ha aceptado las disculpas y promueve que le quiten la licencia. Tampoco es eso. El motociclismo competitivo es riesgo y Simoncelli es otro handicap. Te las juegas con las gomas, la fuerza centrífuga, el carburador, el asfalto mojado y las maniobras de Marco Simoncelli, que parece una mula mecánica. He de reconocer que, sin ser aficionado al motociclismo, no me pierdo ripio de las carreras por el riesgo de los pilotos, por el morbo de ver en qué vuelta o en qué curva Simoncelli vuelve a liarla. También por si Lorenzo o Pedrosa le pueden a Stoner, pero menos. Este es un espectáculo, que no deporte, de altísimo riesgo, y una de las claves del triunfo es no dejar que alguien te adelante. Marco no es de los que dicen pase usted y que le vaya bien. Competir contra la mula mecánica debe ser otro aliciente para los grandes pilotos, porque con los mediocres no tiene problemas. Que lo aplaquen un poco pero que no lo echen. Sin Simoncelli una carrera sería otra cosa, quizá más aburrida.
