Cuando me sitúo en frente del electrodoméstico audiovisual, existen dos espectáculos capaces de centrar toda mi atención y conseguir el efecto de ensimismamiento rotundo: las corridas de toros y los discursos parlamentarios.
Sobre el primero, no tengo excesivas ganas de discutir; simplemente, disfruto viendo como se desarrolla el arte del toreo, siendo perfectamente consciente de los certeros argumentos que esgrimen sus más acérrimos contrarios, con los cuales comparto las teorías del maltrato bestial. Aun así, no consigo dejar de admirar la belleza que un tal sacrificio ofrece al espectador. Lo siento.
En cuanto a los discursos políticos, escribo desde la profunda decepción que padezco, observando la carencia total del “bien decir” de los parlamentarios mundiales; en especial, de los españoles actuales.
La oratoria no es más que una parte de la retórica, el arte de la elocuencia oral. En tiempos antiguos, la oratoria era asignatura obligada y se estudiaba en todas las escuelas griegas y romanas. Cicerón y Demóstenes (éste, tartamudo como el rey Jorge I del Reino Unido, recientemente recuperado a través del magnífico film “El discurso del rey”).
Mientras internacionalmente personas como Churchill, Hitler (mal nos pese), o Martin Luther King desencadenaban unos discursos que provocaban la admiración y la estupefacción de millones de seres que vibraban enardecidos, en España, Cánovas del Castillo, Manuel Azaña, o la Pasionaria, disertaban desde la tribuna con fuerza y convicción, convenciendo a partidarios y detractores con argumentos sólidos (reales o no) y un léxico rico y contundente.
Hoy en día, la sequía oradora es absoluta. Intento seguir los discursos por televisión y no encuentro a nadie que reúna las mínimas condiciones requeridas para conseguir hilvanar un parlamento brillante: las intervenciones de sus señorías me producen un tedio inexorable: frases sin contenido, semánticas destrozadas, poco aire en la pronunciación, nula gesticulación, expresiones frías, brevedad mental en la adjetivación…
Desde mi punto de vista, una de las frases mejor construidas en un discurso parlamentario, la soltó Estanislao Figueras (Presidente de la Primera República) cuando, ante el caos político existente, exhibió lucidez, inteligencia, humor y sabiduría y dijo: “Señores diputados: ya no aguanto más: ¡estoy hasta los cojones (sic) de todos nosotros!
Mejorar la expresión no es nada facil.





