Palma se transforma

Transcurridos dos años largos de curso político, y aunque muchos ciudadanos quisieran que las cosas avanzaran a un ritmo mucho más acelerado, podemos comenzar a percibir que Palma está sentando las bases para su transformación, y para acabar con diversos problemas enquistados en la ciudad, que en las anteriores legislaturas del Pacte parecía que iban a quedar irresueltos a perpetuidad.

Los fantasmas urbanísticos del edificio de GESA, del Lluís Sitjar, del Baluard del Príncep-Porta des Camp, de la Plaça Major, y algunos otros, siguen ahí, pero su recuperación para la ciudadanía está mucho más cerca, porque ya se cuenta con proyectos solventes para todos ellos o se han desbloqueado las obras iniciadas y paralizadas por contratistas de dudosa solvencia económica y técnica a los que se encomendaron trabajos muy por encima de sus posibilidades, vete tú a saber por qué (piensa mal y acertarás).

Mientras Hila y sus socios malgastaban miserablemente la confianza que los ciudadanos depositaron en ellos en cuestiones tan peregrinas como la de intentar demoler -infructuosamente, por fortuna- el monolito de Sa Feixina, crear y fomentar un gigantesco conflicto en el seno de la Policía Local, absolutamente desamparada por el alcalde y la concejal al cargo, poner impedimentos a los emprendedores del sector de la restauración, cambiar nombres de calles dedicados a históricos Almirantes, y otras torpezas propias del sectarismo más atroz e iletrado consustancial a esta tropa, Jaime Martínez ha demostrado, hasta el momento, que su Norte político es la gestión, algo que no debería ser nada excepcional, sino la regla general para cualquier alcalde, como de hecho sucede en muchos otros municipios de Mallorca con corporaciones de distinto signo político.

La apuesta de Palma por la capitalidad de la cultura es otro hito que precisa asentarse, pero que va en la dirección correcta. Se consiga o no el galardón, apostar por la cultura y el arte es siempre un acierto, como demuestran ejemplos como el de Málaga, una capital de mediana dimensión como Palma, pero muy por detrás de Ciutat en cuanto a atractivo estético, que ha sabido transformarse en un nodo artístico internacional, algo que le proporciona durante todo el año un turismo culto y de buen nivel adquisitivo, alejado del de chancla, sol y cubo alcohólico que ha venido inundando la Playa de Palma hasta hace bien poco y que, con su limitado presupuesto, atiborra la ciudad solo cuanto aparece una nube y únicamente para adquirir souvenirs made in China, degustar la misma comida basura con que se ‘alimenta’ en su país, o consumir un helado de alguna franquicia.

Es también una buena idea la de trasladar los conciertos masivos de las fiestas de Ciutat al verano, dejando Sant Sebastià en un formato más tradicional propio de la época del año, con sus torrades, sus xeremies y, si se quiere, otro tipo de actividades que no hayan de depender tanto de una bonanza meteorológica que a finales de enero es poco habitual. Se trata de una reivindicación lógica que llevaba años reproduciéndose, sin que hasta ahora Cort hubiera hecho nada efectivo al respecto. Sant Joan no es fiesta en Palma ni goza de tradición alguna, por más neofiesta playera que haya cundido entre determinadas capas de la población con ganas de divertirse.

En cambio, la Mare de Déu de la Salut, copatrona de Palma, estaba completamente relegada en cuanto a fastos y celebraciones, limitándose a ofrendas formales y poco más. La experiencia de este último verano demuestra que ha sido un acierto su popularización.

Asimismo, el traslado del trazado del futuro tren-tranvía a Llucmajor fuera de las avingudes de Palma es, asimismo, otro ejemplo de racionalidad política del equipo actual.

Sin embargo, dos son las asignaturas en las que Martínez necesita mejorar: El urbanismo -hay que acabar ya con el interminable suplicio que supone obtener una licencia de obras, especialmente cuando la demanda de vivienda es acuciante- y la limpieza de la ciudad. En este último aspecto se han producido avances, pero Palma está aún a años luz de las capitales punteras en cuanto a pulcritud urbana. EMAYA es un mamotreto anquilosado y lastrado por intereses sindicales e hipotecas políticas del pasado que precisa de un golpe de timón que, hasta la fecha, no se ha notado. Mientras en la Policía Local están surtiendo efecto las medidas correctivas adoptadas, en EMAYA todo sigue costando un esfuerzo desproporcionado.

Martínez, a mi juicio, se está ganando contar con una segunda legislatura para afianzar todos estos avances, que son imposibles de ejecutar por completo en solo cuatro años, pero los ciudadanos serán quienes, en 2027, juzgarán si estamos o no en lo cierto.

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